Las altas temperaturas pueden llevar al ser humano al límite. El calor nos altera, desespera y en ocasiones, nos hace perder la perspectiva conduciéndonos a perpetrar decisiones precipitadas e impulsivas.

Igual que la fiebre provoca delirios, cuando el termómetro se dispara la realidad pierde sus contornos y nos adentramos en el terreno del infierno pesadillesco, un lugar donde se desatan los impulsos más primarios ya sea a través del sexo o la violencia y donde se dicen las verdades sin filtro.

CARÁCTER ASFIXIANTE

Por eso muchos guionistas y directores han utilizado la estación estival para evidenciar su carácter asfixiante y para que el sudor se convierta en un elemento más que caracterice a los protagonistas. En el cine americano, el drama sureño ha sido el subgénero por excelencia más ardoroso, aunque también el terror ha dado piezas icónicas tan febriles como La matanza de Texas. El cine negro también sacó partido a las atmósferas tórridas, desde clásicos como Sed de mal, un thriller sobre la corrupción que parece exudar hedor, a El corazón del ángel, hasta llegar a nuevas reactualizaciones como Barton Fink, en la que John Turturro se encuentra en estado de trance calenturiento casi toda la película.

El desierto de Lawrence de Arabia, de El paciente inglés o El cielo protector tampoco resultan los lugares más refrescantes, aunque no hace falta irse tan lejos, basta con pasar una tarde en un piso de Zaragoza, de Madrid o de Sevilla en plena ola de calor, como ocurre en ¿A quién te llevarías a una isla desierta? o en la recién estrenada La virgen de agosto, de Jonás Trueba, para certificar que el verano y el asfalto desatan las glándulas sudoríparas. En la memoria, una de las escenas míticas del cine español, la de La ley del deseo, con Carmen Maura pidiendo que la rieguen para aplacar el calor.