Brando era un animal que se interpretaba a sí mismo, que ponía los personajes a su servicio para dotarlos de una grandeza y un dramatismo que nunca tuvieron ni en la vida ni en el guión. Crudo como la carne que invitó a devorar a la arrogante Blanche Dubois (grandiosa y madura Vivien Leigh) en Un tranvía llamado deseo , llevándola hasta la locura con el ofrecimiento de su retador sudor sureño en el pecho y una mirada clavada como uñas en los muslos, en el vientre de todas las mujeres que soñaron desde entonces con que aquella bella bestia rasgara sus sábanas. Sus labios y su mandíbula ocuparon la pantalla hasta poseerla con un magnetismo sexual sin distinción de sexos en Salvaje , donde hizo del cuero su piel y de la moto un vehículo de ambiguo placer. En La ley del silencio desplegó registros de extrema sensibilidad en el alma ingenua de un estibador atrapado por la mafia, y dentro de Zapata , Julio César y Napoleón convirtió la historia en su historia, la de un hombre solo en el escenario de una realidad que le superó hasta destruirle. Entre todas sus majestuosas entregas, incluida la saga de El Padrino , Brando jamás estuvo tan cerca de su espejo como en la selva filipina donde rodó Acopalypse Now . En las tinieblas del corazón de Camboya fue el coronel Kurtz en una tan breve como alucinógena aparición crepuscular. Monarca del imperio de la barbarie, le dolía ser un dios cuando sólo quería ser un hombre. Demasiado tarde.