En los últimos años hemos asistido a una explosión de óperas primas dirigidas por mujeres. El año pasado Carla Simón ganó el Goya a la mejor dirección novel por Verano 1993, convirtiéndose en la representante de una nueva generación que viene dispuesta a cambiar las reglas del juego y plantarle cara a una industria profundamente masculinizada.

No nos engañemos, los datos son desesperanzadores. En el último informe CIMA, se apuntaba que tan solo un 12% de mujeres habían liderado una producción, frente a un avasallador 88% de hombres. Sin embargo, que en el 2018 se hayan estrenado más de 10 debuts femeninos no deja de ser una buena noticia.

Si hace unos años asistíamos al surgimiento de nombres como el de Leticia Dolera, Lara Izaguirre, Marina Seresesky y Elena Martín así como al asentamiento de figuras fundamentales como Mar Coll y Paula Ortiz, ahora es el momento de hablar de Celia Rico (Viaje al cuarto de una madre), Arantxa Echevarría (Carmen y Lola), Meritxell Colell (Con el viento), Anxos Fazáns (A estación violenta), Andrea Jaurrieta (Ana de día), Marta Díaz (Mi querida cofradía), Ana Asensio (Most beautiful island, aunque bajo bandera estadounidense), Carmen Blanco (Los amores cobardes), Sara Gutiérrez Galve (Yo la busco), Carolina Astudillo (Ainhoa, yo no soy esa), Clara Martínez Lázaro (Hacerse mayor y otros problemas) y Diana Toucedo (Trinta lumes).

«Me parece que estábamos desde hacía mucho tiempo y por fin se nos ha dado el permiso a entrar», reflexiona Meritxell Colell. «Veníamos de la una tradición de un cine muy jerárquico donde la figura del director era algo hegemónico. Y de repente se abre la posibilidad de hacer cine desde la duda, desde el compartir, trabajar en equipo y se demuestra que otro tipo de películas son posibles, que tenemos muchas historias que contar y que esto es un movimiento que no se va a quedar aquí». Colell cree que ha pasado demasiado poco tiempo para hacer un análisis riguroso, pero que el surgimiento de todas estas nuevas voces coincide con el 15-M, un momento en el que se empiezan a cuestionar las estructuras establecidas a nivel político y social.

Anxos Fanzás, la benjamina del grupo con 26 años piensa que, aunque todavía hay muchas barreras por derribar, cada vez se van abriendo más puertas que dejan a un lado la discriminación de género. «En ningún momento me planteé que no podía ser directora por ser mujer. Nosotras llegamos, lo hacemos y quien no lo quiera ver, se va a quedar atrás».

Sin duda, el panorama ha cambiado mucho con respecto a la generación de Arantxa Echevarría, que ha debutado en la dirección con 50 años. «Cuando le dije a mi padre que me quería dedicar a esto me dio dos palmaditas en la espalda. No hace tanto tiempo la mujer no podía tener una cuenta corriente y mucho menos dirigir una película, por eso es tan importante seguir avanzando en la lucha feminista».

UN DATO PREOCUPANTE / Ya no se tiene tanto miedo a la juventud. Celia Rico piensa que ahora se pone más el foco en los nuevos creadores, que interesa más la mirada de las generaciones jóvenes, pero también le preocupa que se trate de una mera impostura, un «afán por ver quién descubre el último talento», algo que no debería estar reñido con una carrera a largo plazo. En ese sentido, este año encontramos un dato preocupante: tan solo se han estrenado dos segundas películas de mujeres, Penélope, de Eva Vila y Las distancias, de Elena Trapé.

Echevarría tiene claro que esta confluencia de óperas primas tiene que ver con las ayudas institucionales y el nuevo sistema de puntos que favorece la introducción de mujeres en los distintos departamentos. «Por desgracia las leyes son necesarias porque el sector está muy cerrado, se repiten esquemas y se contratan hombres casi por inercia», comenta Fazáns. Las ayudas continúan siendo fundamentales, pero también, como comenta Carolina Astudillo, el apoyo de asociaciones como Dones Visuals, CIMA y Mujeres de Cine, cuyo trabajo a la hora de visibilizar, promover iniciativas, promocionar y difundir, resulta clave.

La mayor parte de las óperas prima dirigidas por mujeres este año tienen algunos elementos en común. Parten de un impulso íntimo, de una necesidad de dirigir contra viento y marea. Se apartan del modelo industrial y quizás por eso late una enorme libertad y están atravesadas por una contundente personalidad expresiva. Además, películas como Viaje al cuarto de una madre, Trinta lumes, Con el viento e incluso una comedia como Mi querida cofradía tienen la particularidad de partir de la cotidianeidad, de retratar espacios y sensaciones que pertenecen al ámbito de la privacidad, para hablar de temas universales. Sin embargo, como apunta Celia Rico, se sigue sin confiar en el valor comercial de una producción hecha por una mujer a pesar de que hayan demostrado conectar a la perfección con el público. Echevarría piensa que mientras los grandes productores sean hombres, preferirán encargar un blockbuster a un director.

Otro de los grandes problemas es la falta de referentes. Mientras que Echevarría valora la labor que directoras como Josefina Molina o Pilar Miró, situándolas como pioneras, muchas de las nuevas directoras no sienten cercanas, aunque sí valoran, figuras como las de Isabel Coixet, Icíar Bollaín y Gracia Querejeta. Se sienten más próximas a Agnès Varda, Chantal Akerman, Naomi Kawase y Claire Denis. «Cuando estudiaba me faltaban referentes patrios», apunta Celia Rico. «Y ahora, sin embargo, mis referentes son las propias mujeres que integran mi generación porque conectan más con mi sensibilidad. Si tuviera que hablar de una figura fundamental es la de Mar Coll, ella logró abrir muchas puertas».