Que Michael Moore sea uno de los personajes más odiados y temidos por los conservadores de Estados Unidos dice mucho sobre su poder. El cineasta y escritor tiene la capacidad de poner el dedo en las más sangrantes llagas de la política nacional, y en un país cuyas altas instancias están hoy mucho más acostumbradas a la censura que a la transparencia y el debate, el autor de Bowling for Columbine es el enemigo público doméstico número uno. El temor a Moore volvió a quedar claro ayer cuando se supo que Disney ha bloqueado la distribución en Estados Unidos de Farenheit 911 . El documental, que competirá en el Festival de Cannes, contiene duras críticas al presidente George Bush.

La noticia de que Disney ha prohibido a su filial Miramax que estrene la película apareció ayer en The New York Times , donde el agente de Moore, Ari Emanuel, denunció las motivaciones políticas que laten tras la decisión. ¿La principal? Que Disney teme que una película de denuncia a la Administración podría poner en peligro los beneficios fiscales que obtiene por sus parques y hoteles en Florida. El gobernador del Estado se llama Jeb. Se apellida Bush.

UN AÑO DE LUCHA

Moore colocó ayer en su página web un comunicado sobre el escandaloso veto, recogido por medios de todo el mundo y ya sin duda una dosis vital de publicidad gratuita para su película. En él se refiere a los "profundos obstáculos de censura" que encuentra a menudo en su trabajo. "Durante casi un año esta lucha ha sido una lección sobre lo difícil que es en este país crear una pieza de arte que pueda incomodar a los que están en el poder", escribe.

Farenheit 911 es un repaso de los acontecimientos previos y posteriores a los atentados del 11 de septiembre del 2001. Es también una mirada a las relaciones financieras que durante tres décadas han mantenido los Bush con destacados saudís, incluyendo la familia Bin Laden, algunos de cuyos miembros fueron evacuados de EEUU justo después de los atentados pese a que el espacio aéreo estaba cerrado. Para colmo de los males conservadores, incluye testimonios de soldados estadounidenses desplegados en Irak mostrando el desencanto con la guerra, la herida que puede ser mortal para Bush en este año electoral.

"Algunas personas pueden estar asustadas de esta película por lo que mostrará. Pero no hay nada que puedan hacer al respecto ahora porque está hecha, es fabulosa y si tengo algo que decir sobre la cuestión, la verán este verano, porque, después de todo, este es un país libre", concluye Moore.

La historia del nuevo documental del hombre que ha disparado contra la industria de armas, corporaciones como Nike y todo el establishment ha sido compleja desde sus inicios. Primero iba a rodarlo con Icon, la productora de Mel Gibson, que decidió por motivos no determinados abandonar el proyecto. Entonces entró en escena Harvey Weinstein, que ya había colaborado con Moore en The big one .

Weinstein puso sobre la mesa la mayor parte de los seis millones de dólares de presupuesto y a cambio se quedó con los derechos de distribución. Pero Weinstein debe rendir cuentas ante Disney, que compró Miramax hace 10 años. Y según esa compra, Disney tiene el derecho de prohibir la distribución de películas en determinadas circunstancias.

Un portavoz de Miramax anunció conversaciones con Disney para intentar resolver el conflicto "amistosamente". Pero las relaciones de Miramax con Eisner son tensas ya desde hace tiempo, y con esta última película no parece que vayan a relajarse. Mientras, la expectación ante el trabajo del exitoso Moore, crece. Probablemente para los conservadores y para Disney haya sido peor el remedio que la enfermedad.