Nadine Gordimer estaba convencida de que había recibido el Nobel por la calidad literaria de su obra y no por ser una mujer luchadora, una sudafricana blanca contraria al apartheid. Basta con leer sus novelas y cuentos para reconocer que la fuerza de su literatura, de una dureza sin concesiones, surge de la tensión entre la vida personal llena de trabas en una sociedad fuertemente dividida y la necesidad de comprometerse con la situación política y social de su país. Como Coetzee y como Breytenbach, Gordimer no ha podido escribir nunca sin reflejar la realidad sangrante de su país. El objetivo no era hacernos más agradable la vida sino ayudarnos a reflexionar sobre las injusticias y desigualdades entre blancos y negros, ricos y pobres, y entre las distintas etnias de su país. Su preocupación no era la ideología sino las consecuencias ambiguas de la ideología en las vidas de los individuos.

Los 15 libros de cuentos y las 16 novelas que escribió entre 1953 y 2007 están poblados de personajes, sobre todo sudafricanos, que viven ignorando el mundo que los rodea y simulando que desconocen qué sucede. Lo que ella pretende es obligarles a admitir la evidencia de la realidad para destrozar la mentira en la que viven. Nunca he podido olvidar un cuento de Nadine Gordimer sobre un matrimonio muy feliz que tiene un hijo al que quieren mucho y, para protegerlo de todos los males que rodean la felicidad de su casa, encarga una valla de alambre de espino tan sofisticada que el día en que el niño al que quieren tanto se acerca para buscar la pelota que le ha caído allí es devorado por el amasijo de alambre y sale de él descuartizado. Este cuento forma parte de un libro de 1991, el año en que le concedieron el Nobel, y va acompañado de una docena de cuentos que dejan sin aliento.

Las novelas, que en muchos casos profundizan el tema de fondo de sus cuentos y relatos, narran las distorsiones emocionales producidas por el apartheid, así como, años más tarde, por las convenciones que sobreviven de aquella sociedad. Un principio constante tras la escritura de Nadine Gordimer, desde los años sesenta hasta la democratización de Sudáfrica en los noventa, es la búsqueda de la justicia.

Vista cronológicamente, su obra no refleja solo su propia conciencia política y la maduración como artista sino también los cambios en el clima político de Sudáfrica. Como demostró en su carrera, el trabajo del escritor, según sus propias palabras, era "decir lo indecible, describir lo indescriptible y formular preguntas difíciles".