El lúcido cronista, ensayista y narrador mexicano Carlos Monsiváis dijo de Chavela Vargas que era «la voz de la desolación» y que extraía «fervores y rencores de las canciones». Grande Chavela, en vida y obra, y enorme y singular Dorian Wood, maestro en el arte de la bastardía sonora, cantante excepcional y traficante de sentimientos, quien el domingo, cerrando el ciclo Bombo y Platillo, ofreció en Delicias un personalísimo, sentido y espléndido tributo (Xavela Lux Aeterna) a quien nació en Costa Rica y vivió y cantó en y desde México.

Dorian homenajeó a Chavela por su música y por su condición de persona «no binaria, transgénero y queer». Y se acercó a su repertorio con un cuarteto de cuerda (dos violines, viola, y cello), percusiones y sintetizadores, y la intención de dar a las canciones una atmósfera diferente de la original, pero sin abdicar de su carga dramática. ¡Y vaya si lo consiguió! De alguna forma, lo que Dorian hace en Xavela Lux Aeterna es armar una especie de ópera de cámara contemporánea que va trazando en su desarrollo el latido vital y sonoro de Vargas. En algunas piezas, las cuerdas, cuyos arreglos firma Alberto Montero, autor de la obra La catedral sumergida, mantienen la pulsación folclórica de las composiciones, pero en general se sitúan en un terreno más atemporal, menos concreto, reforzado por la percusión y los sintetizadores, ampliando su dimensión de globalidad, haciendo más universal lo personal, y más común lo propio. Y Wood, teatral y detallista, jugando con todos los recursos de su garganta privilegiada, se adentra en los textos de las canciones como un demiurgo, organizando la escena, insuflando nuevos bríos al legado de la voz de la desolación.

Macorina, Llorona, Se me olvidó otra vez, No soy de aquí ni soy de allá, Paloma negra (solo acompañado por percusión y sintetizadores, dibujando un lamento con aire de ranchera oscura), Gracias a la vida (con Montero a la guitarra) Vámonos, Me lleva el diablo (que remató con «Blanca y pura descansa la paz», verso final del himno nacional de Costa Rica, antes de su redacción actual) y Piensa en mí. Quiso dejarnos con esa petición, pero el público, puesto en pie, no tenía intención de que Dorian abandonase el escenario sin hacer, por lo menos, un par de bises. Los hizo: Volver, con Alberto Montero, y una canción propia, a capella: La cara infinita.

Sobrecogedor y catártico, Dorian Wood renovó el sábado el espíritu de Chavela; es decir: renovó el compromiso con la libertad y con la música. ¡Casi nada!