Este es un libro que se lee con la sonrisa puesta. Sus frases tienen música y desprenden belleza. Van directas al corazón del lector. A su sensibilidad. A su serenidad. A su inteligencia emocional. Se trata de una chica enamorada de dos hombres que quiere ser sincera con ambos. También se trata de una chica que no mira por dónde cruza y que quizás por ello su destino toma otra dirección. Es una chica que quiere explicarse incluso desde la imposibilidad de hacerlo. Le inquieta lo que no conoce porque conoce lo inquietante que puede llegar a ser el futuro. Tiene una familia tan peculiar como pueden serlo la mayoría de las familias. Y mientras tanto, reflexiona y analiza, quizás más el interior que el exterior. Porque sus pensamientos dan que pensar, y ayudan a pensar.

Parecen incluso aforismos que golpean sin piedad, como si se tratara de premisas que hay que seguir a pies juntillas para alcanzar conclusiones, las que sean. Leo y subrayo. Y lo hago en amarillo porque estoy seguro de que a ella le gusta el amarillo. Se deduce de su calidez, del apasionamiento que pone en cada decisión y en cada incertidumbre. Sabe que en muchas películas se ha tratado esto del amor imposible, de la posibilidad de vivir aquello de la canción, lo de amar a dos hombres a la vez y no estar loca. Por eso insiste en admitir que lo que encuentra en uno le llena tanto como lo que encuentra en el otro. Pero la miga de la historia es reunirlos y allí, frente a frente, contarles lo ocurrido. O quizás, más exactamente, lo que está ocurriendo. Y entonces afrontar sus reacciones o angustiarse ante la falta de reacción.

De una manera o de otra, hay que poner fin a un embrollo que parece no tenerlo. Las dobles vidas pueden llegar a resultar agotadoras. Las mentiras pueden llegar a volverse en contra del protagonista. Estar en dos sitios al mismo tiempo es cosa que solo se permite a los magos, no a los amantes inconscientes. Thérèse, que así es como se llama, medita y analiza, habla consigo misma e insiste en escucharse. Conocerse mejor a uno mismo es necesario para intentar tomar las decisiones correctas. Pero lo correcto es relativo. Para su madre es una cosa y para su padre es otra. De ahí que sea tan difícil. Aunque da la sensación de que no lo ha sido para su autor, el zaragozano Fernando Sanmartín, que escribe esta genialidad con ingenio y humor a la vez que nos insta a todos a participar de un universo mágico, que es el sabor que queda tras cada una de sus ciento veinticinco páginas. En efecto, Os contaré la verdad, editada por Xordica, es un título que viaja. Por un lado indica las intenciones de ella, pero por el otro es una apertura a los sentimientos que emergen sin control y a la necesidad de las segundas oportunidades, que no suelen ser las que ponen el punto y final.

Hay mucho detalle, y muchos detalles, en la escritura de este autor. Sin complejidades ni elipsis extrañas, la literatura está ahí, sabiendo cómo expresar lo que justamente merece ser expresado. E invita a cerrar los ojos, a saborear y a seguir. ¿Hacia dónde? Hacia adelante. Y en este caso, lo único que está al final del camino es la verdad, la que ellos deben conocer. El autor tiende la mano y hace partícipes a quienes, ávidos e inquietos en el salón de su casa, se identifican con lo que ocurre. No sería extraño recibir algunas de esas frases como indirecta a nivel personal. Y no saber replicar. Por eso es tan importante escuchar a los personajes de ficción y atender a sus recursos. Thérèse está llena de dudas y, por ende, de vida. Trabaja en una galería de arte y Francia se le ha quedado pequeña. Quizás por eso mira tanto hacia dentro. Quizás por eso anima a los demás a hacerlo, a creer en las mil posibilidades que la vida propone. Es una suerte que se haya cruzado en mi camino. Al fin y al cabo, yo soy de los que siempre ha querido saber la verdad.