Ha sido Napoleón en El Ministerio del Tiempo, el Conde de Miranda en Toledo, y ahora Fernando Cayo se lanza a interpretar a Maquiavelo en El Príncipe de Maquiavelo, una obra que recopila algunos de los textos más importantes del pensador exiliado como El Príncipe, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, La Mandrágora y segmentos de su correspondencia personal. Actua hoy y mañana en el Teatro de las Esquinas.

—En parte por culpa de series como ‘Juego de Tronos’ o ‘House of Cards’ hemos asociado a Maquiavelo con las malas artes políticas. ¿Cómo era él realmente?

—El adjetivo maquiavélico nació equivocadamente, ya que ante todo Maquiavelo era un analista político que se limitaba a investigar cómo actuaban los hombres. Él no inventó nada nuevo, solo realizó un análisis político desde los romanos hasta nuestros días. Habló de las malas artes, pero también de las buenas, para que tanto los líderes como los súbditos supiesen cuales eran las dinámicas de las que se habían valido otras personas que les precedieron. El adjetivo maquiavélico se limita a definir una parcela de su obra, es un error.

—¿Ha realizado Juan Carlos Rubio un ejercicio de desagravio hacia su figura?

—Hemos intentado romper esa concepción que se tiene de él. Nos lo imaginamos frotándose las manos en una esquina urdiendo maldades y conspiraciones. Maquiavelo fue uno de los mejores gobernantes que tuvo Florencia, una persona con una gran habilidad social y en definitiva un tipo brillante. Lamentablemente, se han tomado algunos pasajes de El Príncipe como elementos definitorios de su persona.

—¿Cómo puede un texto escrito en 1512 seguir siendo de absoluta actualidad?

—Después de toda una vida de aplicar conocimientos para solucionar conflictos políticos, Maquiavelo se dio cuenta de que los hombres en sociedad y en política habíamos estado repitiendo los mismos patrones desde los tiempos de los romanos. Habían cambiado las formas, la ropa, la tecnología, los títulos, pero en esencia el motor del ser humano seguía siendo el mismo. Hoy en día la forma que tenemos de relacionarnos con el estatus de poder tampoco ha cambiado, de hecho, Maquiavelo posee textos que podrían ser publicados perfectamente en un periódico actual.

—Al margen de la inmortalidad de los textos, han intentado ofrecer una imagen de Maquiavelo moderna con ese ambiente ‘Mad Men’ de los 60.

—Queríamos acercar al personaje histórico quitándole de encima esa concepción vetusta y de sabiduría arcaica. Maquiavelo durante su exilio se pegaba todo el día cortando leña en un bosque de su propiedad junto con sus trabajadores, pero por la noche cuando volvía a casa después de una dura jornada, se quitaba la ropa de leñador, se vestía con sus mejores togas de su época en Florencia y recluido en su despacho escribía El Príncipe. Ahora en vez de estar vestido en una toga lleva un traje a medida, en vez de escribir utiliza una grabadora y en vez de beber vino toscano bebe whisky.

—‘El Príncipe’ ha llegado hasta nuestros días como la obra indiscutible de Maquiavelo, sin embargo, la que más triunfó durante su recorrido vital fue ‘La Mandrágora’, un texto que se enmarca dentro del género de la comedia.

—Maquiavelo utilizaba las fábulas para explicar el mundo de la política, y a lo largo de la obra también hay espacio para el humor en varios momentos en los que me visto con una máscara cómica para recitar sus textos.

—Este es su sexto monólogo. ¿Le ha cogido gusto al formato?

—Desde luego, el mundo del monólogo aporta mucho. Si superas el reto psicológico de estar solo en escena y te enfrentas al miedo de equivocarte y de que no haya nadie más sobre el escenario para rescatarte se puede aprender mucho.