Entre todos los cineastas españoles, solo Pedro Almodóvar ha estado en el Festival de Cannes más veces que Jaime Rosales. Casi todas sus películas han sido invitadas por el gran certamen francés. La sección Una Cierta Mirada acogió en su momento La soledad (2007) y Hermosa juventud (2014), mientras que en la Quincena de Realizadores participó primero con Las horas del día (2003), luego con Sueño y silencio (2012) y ahora vuelve a hacerlo con Petra, una absorbente tragedia griega protagonizada por Bárbara Lennie.

-’Petra’ es su sexta película y su quinta presencia en Cannes. ¿Qué siente al respecto?

-Esta vez me siento todavía mejor que en anteriores ocasiones, porque esta película ha sido muy dura. Nace de una reflexión muy profunda que me llevó casi un año. Estos últimos días he estado durmiendo mal. Pero en cuanto llego a Cannes, me siento completamente en mi salsa. Me encanta este lugar.

-¿Y qué tipo de reflexión profunda llevó a cabo?

-Pensé sobre todo en el espectador. Es muy difícil contentar al público al que yo me dirijo, porque me exige tratar de encontrar un equilibrio entre lo industrial y lo artesanal, y ofrecer algo que resulte accesible pero sin renunciar por ello a mis ideas. El espectador que busco no necesariamente tiene que disfrutar con el tipo de cine denso y opaco que a mí solía interesarme mucho, aunque ya no tanto, pero por otro lado tampoco debe conformarse con ver pasivamente la enésima secuela de Los vengadores.

-Entre los personajes de ‘Petra’ hay un pintor que se dedica durante toda la película a hacer el mal. Crea belleza pero está esencialmente corrompido. ¿Por qué decidió vincular arte, belleza y maldad?

-No lo hice conscientemente. Pero hay que romper el mito de que el arte nos hace mejores a las personas. No es así. El arte te enriquece, pero no necesariamente te repara moralmente. Ahora, cuando alguien no ha sido expuesto al arte y no tiene una sensibilidad desarrollada, siento que se pierde parte de la experiencia humana.

-La película adopta los métodos de la tragedia griega. ¿Qué le interesó de ellos?

-Durante el periodo de reflexión que mencionaba, revisité los libros de David Mamet y Poética, de Aristóteles, y me di cuenta de que me apetecía explorar la tragedia. Y además me puse el reto de hacerlo en el mundo contemporáneo, en el que hubiera muerte y violencia, y se abordara la cuestión de los lazos familiares, y se meditara sobre los secretos y sobre cómo se rompen.

-¿Diría que ‘Petra’ es su obra más clásica?

-Es mi película más clásica, sí, pero coquetea con la vanguardia. Cada vez tengo más claro que la vanguardia tiene sus peligros. Pienso en Elephant, de Gus van Sant, que se estrenó en Cannes el mismo año en el que yo debuté en el festival. Es una película capital, que influyó tanto al cine de autor como a un cine americano más comercial, pero actualmente sus hallazgos ya se han convertido en una fórmula agotada. Lo mismo les pasa a muchos otros cineastas. Antes que ver otra película de Pedro Costa, por ejemplo, prefiero cortarme las venas.

-Por lo que dice, da la sensación de que últimamente la forma que usted tenía de pensar en el cine ha entrado en una crisis profunda.

-Es cierto. Todos los artistas empiezan muy influenciados por sus coetáneos; y los artistas relevantes llegan a dar con una matriz, que se convierte en base de todo su trabajo posterior. Yo di con mi matriz en mi cuarta película, Sueño y silencio (2012), pero el problema es que el mundo no la aceptó. Fue un desastre de taquilla. Entré en crisis, y tenía dos opciones: o bien decidía que el mundo no me entendía y me convertía en un mártir, o bien me renovaba. Mis siguientes películas, Hermosa juventud (2014) y ahora Petra, tienen en común la necesidad de escapar de Sueño y silencio.