El primer largometraje que Guillermo del Toro dirigirá para Netflix se llamará Pinocho, pero no tiene nada que ver con la versión del cuento que todos conocemos gracias a Disney. Será una película de animación stop motion ambientada durante el ascenso de Benito Mussolini al poder en Italia; y sin duda eso explica que, a pesar de su triunfo en los Oscars gracias a La forma del agua (2017), no lograra obtener financiación por parte de Hollywood para rodarla. El director nos ha hablado del proyecto desde el Festival de Marrakech, donde se encuentra en calidad de invitado de honor.

-¿Tuvo algún problema de conciencia antes de decidirse a rodar Pinocho

-No, por el siguiente motivo: llevo intentando hacer película desde hace 10 años, y llamé a todas las puertas de Hollywood para que me la financiaran. Y solo recibí negativas. Y de repente Netflix dijo «sí». Y debemos asumir que el paisaje está cambiando. Y, pese a que a muchos no les guste, va a seguir cambiando de forma radical en los próximos cinco años; todos los grandes estudios están preparando sus propias plataformas de streaming. Cuando las películas dejaron de ser mudas para ser sonoras, mucha gente pensó que eso sería el fin del cine; cuando apareció la televisión, todos volvieron a decir lo mismo, y lo dijeron una vez más cuando aparecieron los videoclubs. Pero el cine no se acaba, solo se transforma. Y nuestro deber como cineastas es seguir contando historias.

-Las películas que usted hace ofrecen el tipo de espectáculo visual que pide a gritos ser contemplado en pantalla grande. ¿Qué siente al saber que la mayoría de espectadores solo tendrán opción de ver Pinocho

-Yo tengo 54 años, me estoy haciendo viejo. Y a lo largo de mi carrera ha habido demasiados proyectos que nunca he logrado sacar adelante. No me gustaría tener que añadir otro más a la lista. Me apena que la gente vaya a ver Pinocho en pantalla pequeña, pero me apenaría mucho más no ser capaz de hacerla.

-¿En qué cree que va a diferir su colaboración con Netflix de, por ejemplo, su trabajo con los canales de producción tradicionales?

-Solo espero recibir de ellos el trato que yo doy a mis directores cuando ejerzo de productor.

-¿Qué tipo de productor es?

-Me quedo en la esquina del cuadrilátero, con la esponja y el cubo de agua, y dejo que el director se encargue de ganar el combate. No voy a imponerle ideas incluso si toma decisiones que no me gustan. Cuando produje El orfanato a J.A. Bayona, por ejemplo, yo le di seis o siete ideas y él cogió solo dos de ellas; las otras cinco me parecían fantásticas, pero me tuve que aguantar. Así se comporta un buen productor, y lo sé porque tuve un buen maestro.

-¿Quién fue?

-Pedro Almodóvar, que es el mejor productor que jamás he tenido. Cuando hicimos juntos El espinazo del diablo, él me dijo: «Estas son mis ideas, pero la película es tuya». Por entonces yo acababa de rodar Mimic a las órdenes de los hermanos Weinstein, y aquella había sido una experiencia terrorífica. Y recuerdo que le dije a Pedro: «Quiero tener todo el poder de decisión sobre el montaje final de la película». Y él me contestó: «Pero, ¿cómo no ibas a tenerlo? ¡Tú eres el director!». Entonces me puse a llorar.

-¿Por qué Pinocho

-Pinocho es muy distinto de la imagen que la gente tiene de él. En el fondo es como Frankenstein: un ser creado de forma artificial por un padre del que se acaba distanciando, y que debe aprender el funcionamiento del mundo a través del fracaso y el dolor y la soledad. Por eso me gusta Pinocho. Además, siento que tengo una conexión esencial con él, la he sentido desde niño. ¿Por qué tiene que convertirse en un niño real para ser querido? ¿Por qué no puede ser querido por lo que es? ¿Por qué hay niños a los que no se da la oportunidad de ser imperfectos y, a pesar de ello, recibir el amor de sus padres?

-En su Pinocho

-No hay mejor manera de hacer cine político que echando mano de la fantasía. Después de todo, La cenicienta y Blancanieves hablan de asuntos tan relevantes como dinámicas de género y de clase y estructuras de poder autoritario. No hay una sola fábula que no tenga trasfondo político. Y, especialmente hoy, la parábola se ha convertido en la única herramienta válida para hablar de política a la gente. Vivimos un tiempo en el que es imposible tener discusiones abiertamente ideológicas, porque el ambiente está muy tenso y todos estamos posicionados de forma inamovible en el blanco o el negro. Por eso, si un narrador quiere ser escuchado lo más fácil es empezar a hablar diciendo «Érase una vez…».

-¿Cómo le sentaron el éxito y los premios de La forma del agua

-Al recibirlos me di cuenta de que los necesitaba mucho más de lo que jamás había creído. Pero no quiero darles demasiada importancia. El éxito y el fracaso viven puerta con puerta, y esas puertas no están numeradas, de manera que cuando tú tocas el timbre no sabes quién te va a abrir.

-En todo caso, ¿cree que gracias a esos premios podrá finalmente sacar adelante todos los proyectos que no ha logrado completar a lo largo de su carrera?

-Imposible, porque estamos hablando de unos veinte proyectos y yo, insisto, soy un señor de 54 años que pesa 140 kilos. No tengo ni el tiempo ni la energía. Pero, ojo, nunca se sabe. Yo asumo que el estado natural de una película es no existir, y el trabajo del director es pelear por alterarlo.