Agustí Villaronga acaba de presentar en el BCN Film Fest su última película, Nacido rey, una superproducción rodada en Arabia Saudí y Londres con la que el director de Tras el cristal, El mar, Elpasajero clandestino, Pan negro e Incierta gloria ha probado un registro distinto al habitual. El filme, ambientado en los primeros años de la década de 1920, narra el viaje a Inglaterra del príncipe Fáisal, futuro rey saudí entre 1964 y 1975, cuando tenía 13 años y tuvo que asumir las obligaciones de la diplomacia por encargo de su padre. Para un director tan introspectivo como Villaronga, con un imaginario tan reconocible, esta experiencia con muchas localizaciones, personajes, extras, idiomas, reconstrucción de época y secuencias de batallas ha supuesto una inmersión total en una cultura distinta y una forma de hacer cine a la que no estaba habituado.

-¿Cómo surgió la propuesta de realizar un filme de este tipo?

-El proyecto es un encargo del productor Andrés Vicente Gómez, con quien había intentado hacer antes dos filmes, El cónsul de Sodoma, según Jaime Gil de Biedma, cuya producción se demoró y luego no pude realizar, y Creta, una historia sobre los abusos sexuales en una familia que debían protagonizar Monica Bellucci y Vincent Cassel, pero que finalmente no salió. Tiempo después volvió a llamarme para encargarme Nacido rey. En principio me pareció un poco marciana para mí. Pero insistió y acabé aceptando. Tenía algunas reticencias, como ir a Arabia Saudí, la reconstrucción de un Londres colonial, rodar en el desierto.... El presupuesto era enorme y Vicente Gómez me dijo que me lo tomara como una aventura, y es lo que hice.

-La preparación y el rodaje tuvieron que ser bastante agotadores.

-El rodaje duró siete semanas en Londres y otras tres en Riad, la capital de Arabia Saudí, aunque tuvimos que parar porque las temperaturas allí ascendían a 50 grados y esperamos hasta que bajaran a los 40. El montaje se realizó en Madrid, tras una laboriosa posproducción de efectos especiales y sonido. A diferencia de lo que generalmente pensamos, los efectos especiales no se ciñen solo a las secuencias de acción. Por ejemplo, llevábamos dos o tres semanas de rodaje cuando descubrimos que el egal, el cordón que se emplea para sujetar el pañuelo a la cabeza en la vestimenta de los árabes, era distinto al de la época. Teníamos que separarlo dos dedos y eso se tuvo que hacer digitalmente, frame a frame, fue un trabajo muy costoso.

-¿Hubo problemas por cuestiones políticas?

-No, ninguno, el guion había sido aprobado. Los problemas no surgieron por posibles enfoques o divergencias políticas, sino por aspectos más simples como el vestuario, los zapatos, las medidas exactas de la ropa para cubrir el cadáver de uno de los hermanos mayores de Fáisal y que la dicción correspondiera al árabe que se habla en Riad y no en otras partes del país.

-¿Hay un cambio en Arabia Saudí en relación al cine?

-Llevaban 35 años sin hacer ni mostrar cine, y ahora empieza una cierta apertura con nuestra película. Se ve venir una transición, hay cambios en relación al papel de las mujeres, la policía religiosa tampoco incide tanto. Lo que más me gusta es que el cine puede ayudar a abrir mentalidades.

-¿Qué le interesaba más en la historia del joven príncipe Fáisal?

-Me interesaba la iniciación de un niño del desierto al que colocan en el centro de la diplomacia. No solo eso, en Londres descubre el teléfono, el agua caliente... Va creciendo mientras conoce al rey Jorge, a Winston Churchill, a Lawrence de Arabia... No toco a fondo la parte política, pero hay un tema que está ahí, la manera en que se formaron las fronteras. Entonces Arabia Saudí no existía como país. Es una película de entretenimiento, pero apunta cosas en este sentido.

-En su filmografía podemos encontrar un remoto antecedente a esta superproducción. Se trata de su segundo largometraje, El niño de la luna (1989), en el que una tribu del África negra espera la llegada de un Dios reencarnado en un niño de raza blanca. No se parece temática ni estilísticamente a Nacido rey, pero anida en ese filme la misma idea de una superproducción con elementos personales.

-Con aquella película es verdad que tuve la ambición de hacer algo más grande. El modelo que tenía en mente era el de Steven Spielberg, y también el de David Lean, que nunca pierden la línea psicológica pese a las dimensiones de la gran producción. En el caso de Nacido rey, antes que títulos de estos directores la cercanía está en algunas películas de James Ivory y El discurso del rey.

-Se trata de una propuesta visual y narrativa nueva para usted. ¿Ha sido también un filme de aprendizaje?

-He aprendido mucho con este rodaje. Las escenas de batalla fueron muy laboriosas. Tenía tres cámaras y todos los medios a mi disposición, pero es complicadísimo. Los caballos y los camellos, por ejemplo. Primero hay que construir los establos y que no estén muy lejos del lugar de la filmación. Además, son dos tipos de animales que no pueden estar juntos mucho tiempo, ya que se irritan entre ellos. Luego, los encargados de los camellos se ponían a rezar sin previo aviso. Preparar y filmar una caída de un caballo no se hace en un día. Ha sido toda una lección.