En su primer largometraje de ficción, Con el viento, traza el viaje emocional de una bailarina que regresa a un pueblo burgalés tras dos décadas viviendo en Buenos Aires para reencontrarse con su madre, su hermana y su sobrina.

-¿Cuál era su objetivo al retratar a tres generaciones de mujeres en una casa de campo?

-Me interesaba hablar del retorno a los orígenes: la tierra, la casa, la madre; y hablar de una realidad y un modo de vida que desaparecerán cuando lo hagan nuestros mayores. La casa donde la película transcurre plantea un conflicto muy interesante porque por un lado encarna algo bueno, el reencuentro con las raíces, pero por otro encarna el peso aplastante del pasado. Y, a veces, para poder avanzar hay que ser capaces de romper vínculos con todo aquello que nos hace quienes somos.

-La película huye por completo del sentimentalismo. ¿Le costó hacerlo?

-Mi familia es de Burgos, y Burgos es un lugar parco y austero. Ahí no cabe el sentimentalismo. Hablo de cosas que fácilmente podrían afrontarse desde el dramón, pero hacerlo no habría resultado creíble. Asimismo quería alejarme de esa idea según la cual en todas las familias todo se tiene que decir con palabras. En muchas ocasiones, cuando sientes algo de forma muy intensa no puedes explicarlo.

-En ese sentido, la danza juega el papel esencial en Con el viento.

-Efectivamente. En buena medida la película retrata el viaje emocional de una mujer que una mujer que es muy poco comunicativa con las palabras, y la danza surge de mi necesidad de hacerla comunicar sin ellas su dolor y su euforia. También me interesaba constatar cómo las palabras nos traicionan.

-¿Con el viento es una película autobiográfica?

-Diría que está basada en emociones reales. Por un lado, mi deseo de hablar de aquello que transitas cuando estás lejos parte de un lugar muy personal: yo viví dos años en Buenos Aires, y al volver comprendí que algo había cambiado; se había cortado un vínculo con toda la gente a la que realmente quería, y tuve una cierta sensación de vacío y también de culpa. Y por otro lado, como digo, he querido retratar el pueblo de mis abuelos y rememorar los veranos que pasé allí. Los objetos que aparecen en la casa de la película son objetos de mi vida.

-¿Por qué cree que las nuevas generaciones prestan tanta atención a los objetos con pasado?

-Porque nos ofrecen la oportunidad de pertenecer a un pasado que en realidad nunca vivimos.

-¿Cómo definiría el terreno indefinido entre documental y ficción en el que se sitúa la película?

-Para mí el cine y la vida son cosas que van de la mano, y por tanto es lógico que mis historias surjan de la cotidianeidad. Yo entiendo las películas como retratos en los que tiene que haber algo de verdad, y la verdad no entiende de categorías. Hace tiempo que quedó claro que los documentales no nos cuentan la verdad, y que la ficción no es necesariamente una mentira.

-¿Qué relación la une con Diana Toucedo?

-Somos amigas, y formamos parte de algo que empieza a parecerse a un colectivo.