Los cuadros de la exposición Tierra Vuelta Espacio del pintor cántabro Juan Manuel Puente (Torrelavega, 1951). que muestra la Galería Fernando Latorre dejan a la primera vista general una impresión de dureza monocroma, un aspecto frío de chapa oxidada que la cercanía va transformando en atmósferas cálidas y transparentes.

"El cuadro te va metiendo dentro de la pintura. Es una exposición de mucha reflexión. Son obras que hay que verlas con mucha tranquilidad", declara el artista.

Hay una fluidez quieta en esas superficies que desvela puntos y zonas sensibles que dejan al cuadro sin centro. Atmósferas espesas que, desde la cercanía de la mirada, permiten filtrar nebulosas amarillas y miriadas de puntos rojos azules o verdes que salen de muy dentro del cuadro hacia nosotros. Tienen todos los lienzos los múltiples tonos oxidados de la tierra con sus azares de grumos y partículas. Dice el pintor: "Esos espacios aparentemente vacíos tienen al mismo tiempo muchas lecturas. Y también hay esas bandas laterales rígidas, como la intervención del hombre que rompe toda esa belleza al tratar de acotar el espacio natural". Bandas que aún resaltan más ese movimiento casi cósmico de fondo.

A veces se enfrentan dos lienzos próximos entre sí y compulsan sus grados de tostado, sus nubes de sulfúrico y sus claridades que parecen lejanísimas. El blanco que pugna por abrirse paso desde un fondo que parece infinito. Se siente ante esta pintura la fuerza cosmológica de la tierra como materia, la verdad de lo inmediatamente presente que se oscurece para ir desvelando el jaspeado luminoso del azar. La piel de la materia está llena de surcos diminutos, de aradas, de microfilos como los que tiene la piel de los escualos.

Ahí está la inevitable construcción de la mirada tratando de hallar datos figurativos (desde Turner a Monet) en esos cuadros, de introducir discursos, meteorologías o crepúsculos. Pero los lienzos mismos imponen entonces silencio en la sala, para que pueda escucharse sólo ese callar ametrallado de la pintura, esos raspazos secos, esas nieblas que no representan nieblas.

Lorenzo Oliván, autor del texto del catálogo afirma que "hay una distancia insalvable entre el pintor que concibe el cuadro como lugar en el que representar y aquel que lo concibe como lugar en el que algo se presenta". Así, representar parece que admite una meta de llegada, un saberse el camino, una búsqueda de comunicación más que de conocimiento. "En cambio, presentar sugiere la fatalidad de lo que se impone como un impulso ciego, de lo que surge de un fondo y está de paso, asomándonos a un conocer que se desvanece y que invita a un eterno reinicio de la búsqueda", señala el texto.

Y el pintor invita a situarse ante cada cuadro "como cuando entramos en una capilla y todo invita a reflexionar". De modo que esos cuadros, en un primer golpe de visión tan parecidos, tienen también la virtud de "recordarnos el abismo que existe entre la simple acción de mirar y la iluminada acción de ver".