Ha dedicado su carrera a explorar diferentes géneros -el drama bélico en Un héroe muy discreto, el thriller en Lee mis labios, el cine carcelario en Un profeta, el melodrama en De óxido y hueso-, ampliando los límites de sus convenciones y rehuyendo el pastiche. Vuelve a hacerlo en Los hermanos Sisters, una película magnífica que supone su primera incursión en el wéstern.

-Usted nunca antes había rodado un wéstern. ¿Cuál ha sido tradicionalmente su relación con el género?

-A decir verdad, nunca me interesó. Los wésterns de la primera época, a menudo protagonizados por cowboys de gatillo fácil y virilidad propia de un niño de 12 años, me parecen algo ridículos. Me parecen más valiosos algunos de los que se rodaron desde finales de los años 50, como Río Bravo (1959), El hombre que mató a Liberty Valance (1962) o Pequeño gran hombre (1970). Es decir, el wéstern solo me gusta cuando es autocrítico. Cuando tiene una actitud romántica frente a la historia y frente al genocidio de los nativos americanos, me provoca rechazo.

-Habrá quien diga que un wéstern encaja como un guante en su filmografía. A usted siempre se le ha considerado como uno de los cineastas franceses más americanizados...

-Lo sé, y no lo entiendo. Siempre me interesó más el Nuevo Cine Alemán que el Nuevo Hollywood. Y de niño mis modelos cinematográficos eran Marcelo Mastroianni y Jean-Louis Trintignant. Me enseñaron mucho sobre cómo comportarme con las chicas. ¿Qué podía haber aprendido de John Wayne, además de cómo montar a caballo?

-¿Cree que ese desapego al género puede haberle resultado útil a la hora de rodar?

-Sí. En ningún momento sentí que mi película tuviera que mostrar respeto a otras películas del oeste o contribuir a la mitología del wéstern. Fui a mi aire.Y me interesó introducir lo cotidiano en un género que vive de la estilización. Echaba de menos una película del Oeste que mostrara a los personajes cepillarse los dientes, orinar, defecar, vomitar y masturbarse. Y que los mostrara siendo vulnerables, y teniendo sueños y remordimientos, y llorando por la muerte de su caballo.

-En todo caso, la cinta habla del conflicto entre la civilización y la barbarie, que es un tema clásico del wéstern...

-Sí, pero en general el género siempre ha vinculado el progreso a la conquista de territorios y la llegada del tren. Y no podemos olvidar de que a mediados del siglo XIX el Manifiesto Comunista acababa de ser publicado, y en toda Europa hubo movimientos que promovieron ideas alternativas de sociedad, como los sansimonianos, o los proudhonianos, o los anarquistas y los utopistas. Y los inmigrantes llevaron esas ideas al Nuevo Mundo, y crearon muchas comunidades nuevas. Y eso es esencial para entender el cambio que tuvo lugar en esa época, cuando los habitantes del oeste se dieron cuenta de que no podían seguir matándose entre ellos, porque si no esa civilización no sobreviviría. Creo que ahí hay una lección muy valiosa para el mundo actual tanto en el aspecto político-militar como en el medioambiental.

-Rodó la película en lugares como Aragón, Navarra y Rumanía. ¿Por qué no en Estados Unidos?

-Los paisajes estadounidenses ya han aparecido en muchas películas. Y no tenía ningún interés en hacer una película americana. La gente piensa que el sueño de todo director europeo es conquistar América, pero no es cierto. Lo único que me atraía era colaborar con actores estadounidenses.

-¿Qué descubrió de ellos?

-Que juegan en otra liga. Saben perfectamente cómo colocarse en relación con la cámara, y se interesan muchísimo por la psicología del personaje. Nada los asusta, y son mucho más trabajadores. En comparación, los actores europeos son un poco vagos.

-Antes de empezar a rodar pidió consejo a Ethan Coen. ¿Le dio alguno?

-Sí, le pregunté qué era lo más difícil a la hora de rodar un wéstern. Me contestó con una sola palabra: «Caballos». Y tenía razón. Necesité tres caballos para cada actor, y cada uno de ellos exigía un cuidado increíble. Había que controlar hasta la temperatura del agua que bebían. Los más viejos solo podían trabajar un par de horas al día. Durante el rodaje estuve a punto de entrar en pánico por su culpa. Por otra parte, he aprendido que el pánico me resulta muy inspirador. Dheepan es la película que más me costó rodar en toda mi carrera, y acabé ganando la Palma de Oro gracias a ella.