Tras inaugurar el jueves en la galería Fernando Pradilla de Madrid su exposición El Libro de las Suertes y los Cambios, Fernando Sinaga llegó ayer a Zaragoza para participar en conferencia El papel del artista en la ciudad, organizada por la sala de exposiciones La Casa Amarilla, donde el artista inauguró recientemente junto con otros autores la muestra El Paseo. Intervenir en la ciudad. En ella, trata de dar respuesta a la pregunta de cómo intervenir en el espacio público mediante las propuestas artísticas que ofrezcan una reinterpretación de la ciudad, para lo que se ha servido de un estudio sobre las influencias orientales de la Basílica del Pilar y de una colección de fotografía sobre sus Pantallas Espectrales, instaladas en la ribera del Ebro en 2008 con motivo de la Expo del Agua.

—En su obra expuesta en La Casa Amarilla destaca el hecho de que las torres del Pilar poseen una celosía de ladrillos que conforma el emblema número 64 del ‘I Ching’, un libro oracular confuciano datado del 1.200 a.c. ¿Se trata de una simple casualidad o tienen un significado especial?

—Ese emblema esta repetido exactamente 64 veces en los ocho cimborrios de las torres coincidiendo con el número del emblema. ¿Sería mucha casualidad no cree? Hay gente que defiende que se trata simplemente de una celosía decorativa, pero este emblema concretamente posee una normativa casi matemática. Los números no mienten. La mayoría de los estudios defiende que estos emblemas fueron introducidos por los jesuitas, que fueron los primeros que se interesaron por la cultura china y su simbología durante sus viajes evangelizadores a oriente.

—Un estudio que recoge en su ‘Libro de las suertes y los cambios’, que presentó recientemente en Madrid, defiende y desglosa las influencias orientales en nuestro arte occidental.

-Así es, y creo que el Pilar es uno de los mejores ejemplos que existen acerca de este tema. Se trata de un edificio enigmático, y resulta tremendamente complicado encontrar un estudio fiable que hable de las influencias de los diferentes arquitectos que lo llevaron a cabo, que fueron muchos. El Pilar no se puede entender, por supuesto, sin el vínculo que mantiene con el río. El Pilar se coloca allí porque allí había un río, y muy a pesar de las dificultades de cimentación, profundas y gigantescas dado el tamaño de la estructura, a causa de las capas freáticas. Desde el inicio de los tiempos los templos tienen que ver con los ríos, pero de eso seguramente podrá hablar mejor un antropólogo.

—Otra de las obras que se muestran en la exposición son una serie de fotografías de sus ‘Pantallas espectrales’, que instaló en la ribera del Ebro con motivo de la Expo 2008. ¿Poseen igualmente alguna referencia oriental?

—Cuando hicimos Pantallas espectrales no éramos del todo conscientes de las influencias orientales del Pilar. No obstante siempre existió la intención de que estos se asemejasen a los toriis budistas, que son unas puertas que se edifican en el agua cerca de los templos budistas para dar la bienvenida a los navegantes que se aproximan. Son puertas simbólicas, objetos escópicos, vacíos que nos permiten mirar tanto hacia afuera como hacia adentro. De algún modo, pretendía que estas pantallas fuesen una especie de puertas de bienvenida a la ciudad.

—Me imagino que edificarlas en la ribera era más fácil que edificarlas en el propio Ebro.

—De hecho, la zona en la que están edificadas las pantallas es inundable, cuando el Ebro suba y se desborde las pantallas quedarán rodeadas de agua. Se hicieron pensando en ello, por eso las pivotaciones de los postes se hicieron a 15 metros de profundidad, pensadas para resistir cualquier tipo de inclemencia climática. Aún no lo hemos podido ver, pero algún día lo veremos. El entorno tenía una importancia esencial. Los toriis señalan el lado liminal entre la tierra y el agua, un concepto oriental por antonomasia. En el fondo el río es una frontera. El cauce del río Ebro limita, ordena y condiciona la ciudad, crecemos alrededor de él.

—Me atrevería a aseverar que en Zaragoza somos más de crecer de espaldas a él.

—Desde luego, A veces se evita el río. Nos hemos vuelto tan urbanitas que rechazamos ese lado natural, salvaje, menos controlado e innegablemente inquietante. Porque un río es inquietante, es el perpetuo movimiento, algo que nunca esta igual que cuando lo dejaste por última vez. El río es un espacio de enormes sugerencias poéticas a la transformación constante. De hecho, el verdadero perfil de Zaragoza se obtiene desde él, desde su ribera, desde la cual se ve la silueta de las diferentes torres de El Pilar, San Miguel y La Seo.

—Un perfil que se asemeja mucho al de ciudades como Estambul, y de nuevo volvemos al tema oriental.

—Desde luego, me parece algo más que evidente que el Pilar es claramente oriental. Las torres del Pilar parecen minaretes y poseen un volumen y una proporcionalidad excesiva que las diferencia de otras edificaciones puramente occidentales. En el Pilar se puede observar perfectamente esa idea de la fusión de culturas que tanto caracteriza a Zaragoza, herencia de los cientos y cientos de años en los que diferentes culturas compartieron el mismo territorio. Creo que es positivo que esto se sepa para descentralizar esa visión puramente católica de la Virgen del Pilar, de sus ritos y tradiciones. Me imagino que para alguien de fuera deben de resultar cuando menos extrañas.

—Volviendo a ‘Pantallas espectrales’, me imagino que ya le habrán comentado que han sido vandalizadas con grafittis y pedradas ¿No le cabrea?

—Mañana me pasaré a verlas, algo me habían comentado ya. Me da pena, porque probablemente la persona o personas que han lanzado piedras contra las pantallas no se dan cuenta de que están destruyendo algo suyo, ya que desde el momento en que yo acabo una obra esta pasa a ser automáticamente de todos, al fin y al cabo está pagada por dinero público. Algo tiene el espejo y el vidrio que despierta violencia, y desde luego a la gente le resulta más fácil lanzar una piedra contra una obra que contra un edificio, sabe que no vive nadie dentro y que no hay responsabilidad civil. Creo que se trata de una violencia muy básica y primitiva, una violencia contra aquello que no se comprende, que es una violencia que tenemos todos desde pequeños. Me alegra decir que yo puedo entender al que ha tirado la piedra, pero lo que está claro es que él no ha entendido mi obra.