Durante años, Gerda Taro ha sido tan solo un hermoso anexo a la leyenda de Robert Capa. Como cuando en las viejas películas bélicas de Hollywood, el productor exigía que apareciera una mujer unos pocos minutos porque en la fórmula no debía faltar una historia de amor. Solo que Taro era real y no el florero del héroe. Ahí están sus fotos y una figura que con el tiempo ha ido adquiriendo más entidad (más allá de su trágica muerte a los 26 años) no solo por el hecho de ser una de las primeras fotorreporteras de guerra -y la primera caída en un campo de batalla-, sino también por ser una pionera de la emancipación femenina y una excelente profesional.

Gerda Taro era alemana y judía, de ascendencia polaca. Creció en la República de Weimar, semillero de ideas libertarias y radicales. El compromiso político marcó su vida, algo normal tratándose de la hija de un médico comunista y una mujer que se jactaba de haber conocido a Lenin.

El ascenso de Hitler en 1933 al poder llevó a la rebelde Taro a París y allí se encontró con el húngaro Endré (afrancesado ahora a André) Friedmann, tres años menor que ella y con un prodigioso talento para la fotografía. Él le enseña a ella a fotografíar. Ella a él, a construirse como artista.

De hecho, entre ambos inventan un tercer personaje inexistente. Un hombre. Porque en cuestiones de fotoperiodismo bélico, nada vende mejor que un famoso reportero norteamericano. A ver, ¿cómo puede llamarse? Robert, como el galán del momento, Robert Taylor. Y Capa, que deriva de Capra, el director de cine más aplaudido. La pareja convence a la agencia Alliance Photo de que son los representantes del famoso Robert Capa. Todo invención. Incluso el nombre de ella lo era, porque en realidad se llamaba Gerta Pohorylle. La firma Robert Capa, el nombre que él adoptaría, pasaría a ser más tarde Capa Taro, hasta que en los últimos meses, cuando ambos están ya cubriendo la guerra civil, ella se decide a firmar sola.

Para Capa queda la iconografía heroica, la del miliciano herido de muerte. Para ella, las imágenes del pueblo asediado, de los milicianos en momentos más cotidianos. En el 2008 se hizo pública la aparición de una maleta perdida con cerca de 4.000 fotografías de Capa y Taro que ayudó a deslindar el trabajo de ambos. En esa maleta se encontró la imagen que muestra a la fotógrafa en 1936 en una cama de cedido somier, desmadejada por el sueño, vistiendo el pijama de Capa, que es quien robaba ese instante con su óptica. Es una imagen que podía haberse captado ayer por la tarde, dada su modernidad. Y no todo el mérito es de Capa.