Hace ya más de 30 años que Elliott Murphy, ese dandi que está a punto de cumplir 70 primaveras, dio su primer concierto en Zaragoza y desde entonces su presencia es habitual en los escenarios de la ciudad. Murphy, gozosamente situado, musicalmente hablando, en el centro de un triángulo imaginario cuyos vértices estarían ocupados por Bob Dylan, Bowie y Bruce Springsteen, raramente defrauda en sus conciertos; es más: por muchas veces que hayas asistido a sus directos, siempre hay momentos en los que una chispa, un brillo especial te atrapa y emociona. Es lo que tiene ser un artista enorme como Elliott.

El viernes, fiel a su cita invernal con su público zaragozano actuó en La Casa del Loco acompañado por su inseparable y espléndido guitarrista Olivier Durand. Y ahí estaban los más aguerridos de sus seguidores (la asistencia fue menor que cuando tocó el año pasado en el Teatro de las Esquinas), inasequibles al desaliento, aplaudiendo todo lo aplaudible y pidiendo bises hasta agotar al músico. Y él, feliz y generoso ante tamaño entusiasmo, no escatimó ni canciones, ni energía. Viejos y recientes temas para un repertorio largo que abrió, como es habitual en sus actuaciones, con Drive All Night, y cerró con How’s the Family, pieza de su celebrado disco Aquashow, de 1977, álbum que deconstruyó en 2015. En medio, cosas como Razzmatazz, Change Will Come, I Want To Talk To You, Take To Love Away, Chelsea Boots y Alone in My Heart (de Prodigal Son su álbum más reciente), You Never Know What You’re In For, la impresionante Elvis Presley’s Birthday, A Touch Of Kidness, Last Of The Rockstars, Come On Louann…

Espléndido de voz y de energía, Murphy despliega en cada concierto lo mejor de sí mismo: ese fulgor que, al margen de grandes ventas y de conciertos multitudinarios, le ha convertido en un artista imprescindible. Ah, y si piensa seguir viniendo a Zaragoza que se presente para alcalde. Tiene talento y es como de casa. ¡Qué más se puede pedir!