"Recuerdo cuando empecé esta novela. Estaba en Sintra. Y cuando escribí de un tirón la primera media página me levanté del ordenador y dije: Me puedo tomar un día de vacaciones. O la semana entera, porque ya tengo escrita la novela, ya tengo cogida la música". Antonio Soler (Málaga, 1956) trajo ayer a Zaragoza esta obra, El camino de los Ingleses (Editorial Destino), con la que el pasado enero ganó el Premio Nadal.

A lo largo de 352 páginas Soler despliega "el último verano de la inocencia" para un grupo de jóvenes en una ciudad que puede ser Málaga, inmersos en un barrio de billares y piscina de césped áspero, donde sufren la pérdida de los sueños y el zarpazo de la inseguridad. Las trayectorias de sus vidas se parecen a las bolas de billar con las que juegan, rebotando una y otra vez contra los bordes de la mesa. Pero el pasar del tiempo es implacable.

Antonio Soler que ya ha ganado los premios Ateneo de Valladolid (La noche ,1986), Andalucía de Novela (Modelo de pasión , 1993). Andalucía de la Crítica (Los héroes de la frontera ,1995), Herralde y Nacional de la Crítica (Las bailarinas muertas , 1996), entre otros, está convencido de haber escrito ahora la "más transparente, luminosa y divertida" de todas. Y asegura que su concepto fundamental de la novela es el de "volver al sentido clásico del término, es decir, contar historias". Pero el contador de historias "está obligado a seducir y una de sus armas para envolver es el ritmo, para que el lector se sienta cómodo e imbuido en eso que le cuentan".

COGER EL RITMO

Comenzó esta novela por el que ahora es su segundo párrafo: Esta es la historia de Miguel Dávila y de su riñón derecho. Y también es la historia de mucha otra gente... , dice, "porque no se me ocurría una forma más clásica de comenzar".

Y desde la estructura rítmica que suena ya desde ese párrafo se preocupó el autor por configurar unos personajes que fueran "no sólo verosímiles, sino con la pretensión de instalarse en la mente del lector después de terminada la lectura". Soler afirma que "lo que sujeta a las novelas son los personajes".

Cada uno es un hallazgo: Dávila, lector de un solo libro, la Luli que finge leerlos, la Fina, que se cree Lana Turner desde su tienda de ultramarinos, la felliniana Gorda de la Cala, el cobarde Paco y el violento Rafi, todos situados en un verano de principios de los 80, en ese filo de la juventud de una pandilla en el que los sueños adolescentes empiezan a resquebrajarse.

Ya hay un preámbulo melancólico y breve de Alberto Tesán: "Estos ojos cansados que no entienden por qué se hunden las piedras en el agua" . Y el novelista asegura que aunque algunas piedras al final seguirán flotando, como el chico que llega a ser músico, "es una novela de perdedores que claudican", al estilo del destino clásico.

Antonio Soler no considera a su libro como autobiográfico, ni deudor de El Jarama de Ferlosio, aunque él mismo reconoce muy afín a una generación de escritores españoles de los 50 y a la mirada mediterránea que se percibe como un aire de familia desde Fellini a Marsé.

"Todos hemos tenido un tránsito a la juventud parecido", declara, para aclarar que no se trata de los tránsitos de la Divina Comedia ni de paraísos perdidos o recuperados: "Creo que la vida es purgatorio en esa época y en las demás. Los paraísos, como las beatrices, existen casi siempre dentro de uno."