El Grupo Enigma lleva un cuarto de siglo explorando el terreno de la música contemporánea. Esa aventura, compartida con el público zaragozano, ha permitido a espectadores e intérpretes por igual acercarse a propuestas actuales e innovadoras. No obstante, pese a tantos años de indagación conjunta, en el arte siempre queda margen para descubrir nuevas sensaciones, sobre todo si se mantiene una actitud abierta ante autores transgresores y formas menos convencionales.

En ese aspecto del descubrimiento incidió precisamente hace unos días Carolina Cerezo, la directora del espectáculo, en conversación con EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. Comentaba que uno de sus propósitos al plantear este concierto escénico era mostrar una nueva faceta de los intérpretes de Enigma. Es más, creía que el programa titulado Bodegón iba a situar a los músicos en contextos inesperados donde pudieran alcanzar dimensiones desconocidas en su actuación. Y a fe que el lunes se consiguió. Fernando Gómez, flautista de la agrupación, explicó al público tras el concierto lo que había supuesto la experiencia. Declaró lo expuesto que se había sentido al tener que salir a escena fingiendo que desconocía cómo manejar su instrumento y, por tanto, sin poder acudir a su respuesta natural: tocar.

Lo que sugería el espectáculo era una reflexión acerca de dicha naturalidad. Hasta qué punto lo que concebimos como consustancial al instrumento en tanto que objeto no es más que un comportamiento adquirido.

En palabras de la directora Carolina Cerezo, que también ha compuesto varias obras expresamente para este programa, Bodegón es una puesta en riesgo colectiva donde todos los implicados se esfuerzan en redescubrir sus límites. La performance completa fue una sucesión de ejemplos en este sentido. Desde la percusión corporal de Fernando Gómez (flauta) y Emilio Ferrando (clarinete) durante la pieza inspirada en Vice versa de Sarhan hasta la versión para chelo con dos arcos de Ligatura-Message to Frances-Marie de Kurtág, que protagonizó Zsolt G. Tottzer. También destacó el violinista Víctor Parra con la Toccatina de Lachenmann. Hizo un auténtico despliegue virtuoso, aunque no de la forma en la que suele entenderse esta palabra y, de este modo, contribuyendo a la resignificación de términos que perseguía precisamente Bodegón.

La pieza Bodegón a 4, escrita por la propia Cerezo, sirvió como perfecto cierre sintético del programa. En ella los músicos siguieron demostrando sus dotes actorales, con una vis cómica que apreciaron los asistentes. Y, sobre todo, continuó escenificándose la duda que el espectáculo pretendía trasladar al público: ¿por qué de cada instrumento asumimos una sonoridad concreta? Ya que la intención no era tanto resolver la cuestión sino ponerla sobre la mesa, como en un bodegón, tras la última obra la directora planteó un agradable coloquio con artistas y espectadores, a fin de debatir sobre este interesante Enigma.