A Enrique Larroy (Zaragoza, 1954) le gusta elegir los títulos de sus exposiciones y explicarlos. Lo mismo hace con los títulos y el contenido de sus obras. Son claves sugerentes que ayudan al espectador, y a él mismo, a adentrarse en el misterio de la verdad en pintura. Razón por la cual Larroy pinta en sus cuadros la "construcción de la visión" para testimoniar la dificultad de ver y, por tanto, la necesidad de recurrir a la óptica. "Ante todo, la pintura es una óptica", concluyó Cézanne. Y la mirada, el enigma que fascina a Enrique Larroy; hasta tal punto que desde los inicios de su trayectoria, en el año 1973, ha puesto en práctica un complejo mecanismo de naturaleza perceptiva y carácter procesual, que acontece en horizontes oscilantes y articula en la gramática contradictoria de tensiones visuales. Y todo, enredado en los secretos de la divina óptica. Máquinas ópticas son sus cuadros.

Volvamos al principio. Chapa y pintura titula Larroy su exposición en la Lonja y la inicial secuencia de chapas de aluminio esmaltadas. Las planchas recuerdan a las que presentó en Bambalinas (1994), aunque la factura pictórica de aquellas es ahora industrial, como los colores elegidos del sistema estándar RAL. El color ocupa la plancha dejando asomar los bordes, ligeramente desestabilizados. Es así que esas obras explicitan la naturaleza procesual de su pintura en el tiempo y en el espacio, uno de los argumentos que Larroy plantea en esta exposición, de la que dice: "Hay chapa y también pintura; bastante más pintura que chapa. Y un título que está robado de un oficio que no es el mío. Un intrusismo gremial si se quiere o un préstamo del imaginario colectivo que indica un repaso y puesta a punto". Sobre la chapa considera que "hay algo de alfabeto y de cimentación de la pintura. Algo que quiere llegar al volumen por el peso de los colores. Algo que siendo sólido deja correr el aire entre las capas".

Corrientes de aire se cuelan por entre las capas de sus pinturas y atraviesan los intersticios de los cuadros que articulan los polípticos. Para sentir el deseo de Larroy de "dejar correr el aire entre las capas", lo imagino muy próximo a los recuerdos que la artista Matilde Pérez conserva de su infancia: los balanceos en el aire y mirar desde otras perspectivas.

A la serie de planchas sigue Muestrario. Síntesis, otra declaración de principios que Larroy nos brinda: una nueva lectura de obras realizadas en años anteriores, algunas de las cuales, como la imagen del chalet prefabricado de la serie La casa de formica, son ya memoria de su pintura, continuamente renovada; no en vano Larroy es un paseante a la búsqueda de sorpresas en un paisaje al que suele mirar en escorzo, como lo pinta en sus cuadros, fragmentado en sus reflejos y atravesado por corrientes de aire.