Lejos ya de los tiempos de gloria en los que se convirtió en irresistible sex symbol de Hollywood con películas como American Gigolo, Oficial y caballero y Pretty woman, Richard Gere (Filadelfia, 1949) parece hoy cómodo en su voluntarioso intento de hacer el mundo un poco mejor. Vegetariano convencido, abanderado de la causa tibetana y muy crítico con la política de Trump, Gere lleva tiempo ausente de las grandes ligas del entretenimiento para centrar su interés en proyectos más inquietos y comprometidos. Es el caso de su último trabajo, Norman, el hombre que lo conseguía todo, fábula tragicómica sobre la corrupción, con el conflicto de Oriente Próximo como trasfondo, que Gere y su director, Joseph Cedar, presentaron ayer en Barcelona dentro de la primera edición del BCN Film Fest. En la película, Gere interpreta a un esforzado pero insignificante conseguidor de favores cuya vida dará un vuelco cuando un político al que ayuda se acaba convirtiendo nada menos que en primer ministro de Israel.

«Soy actor desde hace 50 años, desde que tenía 19, y me siguen emocionando como el primer día los nuevos proyectos. Había algo único, especial, en el guión de Norman. Ha sido un poco lanzarse al vacío desde un acantilado», afirma Gere en relación a la alegórica singularidad de su personaje, un tipo de andares patosos, amigo de la fabulación y la intriga, capaz de tejer a su alrededor imposibles redes de favores, a medio camino entre el carismático protagonista de Bienvenido Mr. Chance y el mismísimo Pequeño Nicolás. «Norman es diametralmente opuesto a cómo soy yo como persona, pero tiene para mí algo fascinante. Ha sido un reto interpretarlo», afirma el actor, nunca expansivo, pero en todo momento afable y cercano, todavía apuesto a sus 67 años aunque conscientemente desapegado del glamur de otro tiempo.

NINGÚN EFECTO NEGATIVO / En un momento de la rueda de prensa, Gere calla, entorna los ojos y mira al público. Pide que se suba la intensidad de la luz de la sala. «Así os puedo ver la cara a todos, no solo una gran mancha negra», afirma con una sonrisa.

Gere se había metido el otro día en un pantano, o algo parecido, cuando en una entrevista a The Hollywood Reporter denunció que llevaba más de una década sin participar en grandes proyectos por su apoyo al Tíbet y, por extensión, sus críticas a China, el segundo mercado comercial de Hollywood. «Hace poco alguien dijo que no podía hacer una película en la que yo participara porque molestaría a los chinos», afirmaba en la entrevista. Gere quiso mitigar ayer el revuelo levantado negando que su defensa del Tíbet le haya supuesto algún problema en su carrera. «No ha tenido ningún efecto, ninguno», aseguró. Sí dijo, en cambio, que había «actores y directores chinos» que se habían visto perjudicados «al habérseles vetado la posibilidad de trabajar conmigo». Más suelto se le ve, en cambio, en sus críticas, contundentes e inevitables, a Trump: «Es un momento confuso y descorazonador. Hay gente que quiere que haga un buen trabajo, pero el problema es que no tiene cualidades. Es muy humillante tener un representante así. El drama es que no es el único caso, empieza a haber demasiado líderes que explotan impulsos cada vez menos humanos y más animales, egoístas, basados en el yo, lo mío y lo bueno para mí». Desde hace años, Gere es un hombre comprometido en favor de las minorías oprimidas a través de su participación en oenegés.

Preguntado sobre la corrupción, eje en torno al cual se articula el discurso del filme, y sobre su secreto para sobrevivir en Hollywood ante moscones como Norman, Gere se pone extrañamente serio para afirmar que Europa tiene una idea equivocada de la meca del cine. «Hay una percepción mítica de que Hollywood es como Sodoma y Gomorra, lleno de gente horrible. Pues no. La gente es igual en todas las partes, tiene los mismos problemas. Nos enfadamos igual, nos preocupan las desigualdades, nuestros hijos, nuestras familias».