Su nueva película, Utoya. 22 de julio (en Zaragoza en los Aragonia) es una sobrecogedora reconstrucción del atentado terrorista que el neonazi Anders Breivik perpetró en el 2011 en una isla noruega, y que acabó con las vidas de 69 adolescentes miembros de las juventudes socialistas. A lo largo de su metraje, apenas vislumbramos fugazmente al perpetrador, y su nombre en ningún momento se menciona. La cámara permanece pegada a las víctimas para recordar lo gratuita de la monstruosidad humana.

-Lo que sucedió aquel 22 de julio está ampliamente documentado. ¿Qué falta hace su película?

-Yo mismo me lo pregunté muchas veces antes de hacerla. Sí, todo el mundo sabe qué sucedió. Pero la película quizás pueda acercarnos un poco más a los sentimientos de quienes sufrieron esa terrible experiencia...

-¿Qué respondería a quienes opinan que es demasiado pronto para hacer ficción sobre aquella tragedia?

-¿Y cuándo dejará de ser demasiado pronto? Las víctimas querían esta película, porque son conscientes de que la gente está empezando a olvidar; hay una nueva generación que ni siquiera sabe qué pasó. Obviamente es una película capaz de provocar rechazo e ira entre muchos espectadores, pero ese tipo de reacciones son necesarias para sanar las heridas.

-La película transcurre en tiempo real: dedica un plano secuencia de 72 minutos al ataque de Breivik, exactamente los que duró en realidad. ¿Por qué optó por esa estrategia narrativa?

-Cuando presenté mi proyecto a las víctimas, una madre me dijo: «Si en algún momento sentimentaliza esta historia, si convierte la muerte de mi hija en una película sobre la esperanza o el amor, nunca se lo perdonaré». Entendí que debía ser lo más fidedigno posible. Muchos de los supervivientes me explicaron que cada uno de esos 72 minutos se les hicieron eternos. Por eso era importante que el tiempo fuera un personaje más de la película.

-Utoya. 22 de julio

-El mal nos atrae. Por un lado, nos provoca morbo; por otro, sentimos la necesidad de descubrir qué lo impulsa. Y es importante que lo hagamos, pero en todo caso resulta inquietante cómo Breivik lleva ocho años llamando deliberadamente la atención de la prensa para seguir difundiendo sus ideas, y eclipsando a las víctimas. No quise contribuir a ello.

-¿Qué consecuencias políticas tuvieron los ataques?

-El fondo de la cuestión, que los ataques no fueron la obra de un loco sino un acto de terrorismo con motivos políticos, apenas fue discutido. El entonces primer ministro, Jens Stoltenberg, dijo que Noruega no reaccionaría con miedo, y que se convertiría en una sociedad aún más abierta. Pero eso no sucedió, no supimos aprovechar la oportunidad para luchar contra el neofascismo. Lo que pasó en Utoya fue un reflejo de lo que pasaba entonces en Europa, y que ahora pasa aún más. Es urgente evitar que la ultraderecha siga destruyéndonos.

-¿Qué importancia tiene la extrema derecha en su país?

-En toda Escandinavia se puede observar un auge de esos movimientos, tanto de grupos paramilitares y criminales cada vez más poderosos y profesionales como de populistas. En Noruega, tenemos un Gobierno de coalición conservador en el que participa uno de esos partidos. Es mejor tenerlos en el parlamento, y mostrar así lo débiles que son sus posiciones políticas. Excluirlos solo los haría más fuertes y violentos. Hay que combatir el extremismo en los debates políticos.