Qué difícil resulta encontrar dentro del cine español una comedia que sorprenda. La mayoría se encargan de repetir los mismos esquemas hasta la saciedad, están protagonizadas por los mismos intérpretes e incluso tienen la misma fotografía. En ellas no hay riesgo, tampoco existe ni contraste ni profundidad, sino el más absoluto encefalograma plano.

Yucatán se halla en las antípodas de todo eso. Es una comedia de aventuras en el sentido más clásico, y tiene la particularidad de que nunca sabes no lo que va a pasar a continuación. Y esto lo consigue Monzón no solo gracias a un guion de una enorme complejidad plagado de giros narrativos que se articulan a modo de escalas marítimas que funcionan casi como set-pièces independientes, sino sobre todo por la explosiva variedad de géneros que congrega. En Yucatán hay espacio para el humor más disparatado (incluso hay momentos de puro cartoon), para el glamur, para el elemento berlaguiano, para los números musicales, para la picaresca y también para emoción y una interesante reflexión en torno a las luces y sombras de la naturaleza humana, que es en realidad lo que vertebra todo este cóctel tan efervescente como hedonista y juguetón que propone.

Podríamos perfectamente considerar Yucatán como una fábula moral en torno a las miserias que genera la codicia y el dinero, pero además de ese complejo mosaico de idas y venidas, de zancadillas y movimientos rastreros, también hay lugar para la emoción y los sentimientos puros, sobre todo gracias al personaje de Joan Pera, que transforma su veteranía en auténtica revelación. Es cierto que a Monzón el metraje se le va de las manos, que hay demasiadas subidas y bajadas de tono, pero su capacidad para orquestar todo ese bullicioso universo coral y darle un sentido, requiere de una pericia a la altura de muy pocos autores.

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COMEDIA

‘Yucatán’

Daniel Monzón