La muerte de la actriz Sandra Mozaroswski fue en su momento, en el año 1977, algo así como sinónimo de una conmoción nacional. No todos los días una jovencísima y prometedora actriz de diecinueve años de edad se arrojaba desde el balcón de su casa, un cuarto piso en el centro de Madrid, sin motivo aparente. Entre los quince y los dieciocho años, Sandra Mozarowski había rodado, una tras otra, una veintena de películas. Algunas de ellas relacionadas con el llamado destape, aquellos primeros desnudos de la Transición, calzados, por lo general, cuando lo exigía el guión, en películas de bajo presupuesto y todavía menos talento. Sandra no intervino en ninguna especialmente memorable, pero su belleza y su juventud le abrieron un hueco en el corazón de los españoles... y tal vez en el del príncipe y en seguida rey Juan Carlos de Borbón.

Sobre esa presunta relación, nunca probada, tampoco desmentida ni todo lo contrario, versa una parte de la última novela de Clara Usón, El asesino tímido (Seix Barral).

No se trata, desde luego, en ningún caso de una biografía de la actriz, ni tampoco de un dossier, de un trabajo de investigación sobre su vida amorosa, sino de una reflexión tan literaria como profunda sobre el amor y la muerte, acerca de la inocencia y el poder.

La hipótesis de una relación entre la actriz y el monarca desata la imaginación y los recuerdos de la autora. Clara lanza la vista atrás y en su infancia y juventud cree descubrir anécdotas, soledades, frustraciones, vivencias, deseos que la acercarán en alguna medida, o así creerá vislumbrarlo ella, al enigma de la actriz, a fin de responder algunas de las muchas preguntas que Sandra dejó a su muerte. Pero ni Sandra ni Clara estarán solas. Pavese, Wittgenstein y Camus, como tres ángeles surgidos del infierno, acompañarán a Clara Usón en este vuelo literario hacia los infiernos cotidianos que sólo se convertirán en efímeros cielos por la conjura del amor o del arte, por la página bien escrita, por el verso certero, por la escena bien filmada...