Basilio Martín Patino fue hijo de su tiempo. Y ese tiempo fue importante, en términos cinematográficos. El director, fallecido ayer a los 86 años a causa de una larga enfermedad degenerativa, organizó entre el 15 y el 19 de mayo de 1955 las Conversaciones de Salamanca, encuentro destinado a diagnosticar el estado de salud del cine español.

Las conclusiones no pudieron ser más contundentes. Juan Antonio Bardem sentenció que el cine español era «políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico». La respuesta tomó la forma del Nuevo Cine Español. Patino, con las organización de las conversaciones, había plantado la semilla.

De todos los nuevos cines, el más politizado sería el español, que surgió en una dictadura y aunó la renovación estética con el posicionamiento político. Carlos Saura (Los golfos), Miguel Picazo (La tía Tula), Angelino Fons (La busca) y Martín Patino (Nueve cartas a Berta) fueron los estandartes de la renovación.

Patino fue algo así como el ideólogo. Su papel en la historia del cine español del último medio siglo es fundamental. Dirigía entonces el cineclub de la Universidad de Salamanca. Al presentar las conversaciones, Patino y Bardem firmaron un texto en el que declaraban que el cine español vivía aislado no solo del mundo, sino de la propia realidad española. La inminente aunque tímida e interesada apertura del Gobierno franquista posibilitó la nueva oleada de directores españoles.

CINE MESETARIO

Aquel nuevo cine español fue en realidad un cine mesetario. Filmes de plomo, drama pesados pero magníficos como La tía Tula y Nueve cartas a Berta (1966). La ópera primera de Patino, influenciada por la prosa de Machado, trata sobre un estudiante salmantino que regresa cambiado después de una estancia en Inglaterra, donde ha conocido a la hija de un republicano exiliado.

Nació en 1930 en Lumbrales (Salamanca), en el seno de una familia católica y de derechas. Enfrentado desde muy joven a las ideas familiares, no tardó en abrazar posturas más izquierdistas, cuando no anarquistas. Fundó el cineclub de la Univ. de Salamanca, dirigió la revista Cinema Universitario y se licenció en 1961 en la Escuela Oficial de Cine con el corto Tarde de domingo.

EL DOCUMENTAL

Sería en el campo del documental, tratado de manera muy personal, donde Patino hallaría no solo el reconocimiento, sino una forma nueva de encauzar sus ideas cinematográficas. El filme de montaje Canciones para después de una guerra (1971) es el mejor ejemplo de ello: retrato crítico de la posguerra española hecho de imágenes procedentes de los archivos del No-Do. Le siguieron Queridísimos verdugos, con entrevistas a verdugos y familiares de sus víctimas, y Caudillo, otro trabajo de montaje, esta vez en torno a Franco.

El reconocimiento no fue inmediato: estos dos filmes se realizaron en clandestinidad y serían prohibidos por la censura, siendo estrenados en 1977. Patino se alejó del cine de exhibición comercial tras Caudillo, regresando al relato de ficción con Los paraísos perdidos (1985), también en torno a la hija de un republicano español fallecido en el exilio.

Lo viejo y lo nuevo se alternaron en su visión cosmogónica del cine. Tenía una espléndida colección de objetos del pre-cine (zootropos, linternas mágicas, sombras chinescas), expuestos en distintos festivales y centros y donados a la Filmoteca de Castilla y León, y fue de los primeros cineastas españoles en interesarse en las posibilidades del vídeo y mezclar ficción y no ficción en títulos como La seducción del caos (1990). Nunca perdió de vista la realidad social y política. Su última cinta, Libre te quiero (2012), es un documental sobre el 15-M.