Fallecido la noche del pasado jueves en su casa de Manhattan, a los 87 años, William Goldman ha sido recordado en los últimos años por ser el guionista de La princesa prometida (1987), una curiosa mezcla de romance, aventura medieval, fantasía, capa y espada y brujería, realizada por Rob Reiner y protagonizada por Robin Wright, que con el tiempo se ha convertido en película de culto.

Pero no deberíamos olvidar que Goldman, quien comenzó su carrera en Hollywood en 1965, ocho años después de sus inicios como novelista, es también el responsable de los guiones de Harper, investigador privado (1966), título esencial en el tránsito del cine negro clásico al policíaco moderno; Dos hombres y un destino (1969), el western melancólico sobre los pistoleros Butch Cassady y Sundance Kid, y Todos los hombres del presidente (1976), reconstrucción de las investigaciones de Bob Woodward y Carl Bernstein que sacaron a la luz los entresijos del caso Watergate y obligaron a la posterior dimisión de Richard Nixon como presidente. Goldman obtuvo por los guiones de estos dos últimos filmes sendos premios Oscar.

Vertió sus experiencias con productores, cineastas y estrellas en un libro fundamental, Las aventuras de un guionista en Hollywood (1983), del que publicó un segundo volumen casi 20 años después y complementó con la compilación de artículos The big picture. Who killed Hollywood? (2001). Tan contundente y ameno como en sus guiones fue cuando analizó su propio oficio.

Como teórico del guion resultó igualmente impagable: La clave de todo desenlace es darle al público lo que desea, pero no de la forma en la que lo espera.