El feminismo empuja con fuerza. Es el gran debate del siglo XXI. En puertas de un nuevo 8 de marzo, la reflexión más o menos profunda, más o menos pop, sobre la igualdad de las mujeres tiene un lugar central en las librerías, como lo tiene en el discurso social y político. Pero como dice el viejo dicho, dos no van a ningún sitio si uno no quiere: las mujeres solo avanzarán si lo hacen también los hombres por un camino distinto al que han llevado hasta ahora.

La radiografía de la masculinidad, tal y como se entendía de forma generalizada hasta que empezaron a oírse otras voces, presenta a un hombre orgulloso que jamás muestra o habla de sus sentimientos e inseguridades, que opina que los cuidados domésticos no van con él, que pisa fuerte en lo que respecta a sus derechos, que dispara su ira como un resorte y que preferiría dar un paso atrás en la línea evolutiva antes que meterse en la piel de una mujer. El retrato tira a grueso y está claro que en poco tiempo va a acabar transformándose, porque si las mujeres llevan años pensándose a sí mismas, su lucha debería traer un nuevo modelo de masculinidad.

Dos libros de ficción firmados por dos hombres jóvenes, blancos y heterosexuales -como Iván Repila (Bilbao, 1978) con su novela El aliado (Seix Barral) y Víctor Parkas (Sant Boi de Llobregat, 1990) con la colección de relatos Game boy (Caballo de Troya)- no pretenden aleccionar ni mucho menos, pero sí darse cuenta de que el caldo de cultivo de las masculinidades tóxicas se encuentra en todas esas características enumeradas antes. Ambos incluso hilan más fino. Porque está claro que la mayoría no va por la vida emulando a John Wayne, en lo que sería esa masculinidad viejuna y trasnochada que se vestía por los pies. El reto ahora es reconocer lo que uno es y pelear teórica pero sobre todo prácticamente por la igualdad. Y lo mejor y más curioso es que ninguno de ellos ha escrito un ensayo sobre el tema, sino sendos libros de ficción cargados de ironía y humor.

EL DETONANTE DE LA CONCIENCIA

Repila, que dentro de dos meses será padre de una niña, admite lisa y llanamente que el detonante de su conciencia ha sido su pareja, la escritora y activista Aixa de la Cruz, quien también ha dicho la suya en El aliado escribiendo un prólogo para el libro a modo de ensayo académico futurista a semejanza del que cierra El cuento de la criada de Margaret Atwood. El aliado echa a rodar a partir de una pregunta que se hizo Repila: ¿puede un hombre ser realmente feminista? Él inventa a un tipo que se considera el más feminista del mundo y que se vale de violencia para convertirse en el protagonista de una insurrección. «Es pura contradicción, porque encabeza un movimiento que necesita que los hombres no seamos sus protagonistas por primera vez en la historia».

Contradicción es una palabra clave para Repila, que asegura que el primer paso para la nueva conciencia es asumir un machismo que viene de serie. «Para nosotros los hombres es más difícil hacerlo porque siempre hemos estado en el centro de la habitación y hemos visto a las mujeres, a los gais y a los trans como los otros. Pero a la vez se incurre en una hermosa contradicción, los hombres solo podemos ser feministas si aceptamos la condición fundamental de que a la vez somos también machistas».

La mirada del veinteañero Víctor Parkas, aunque un pelín menos autoculpabilizadora, revela que los millennials tienen todavía mucho camino por recorrer. «La gente de mi generación tenemos una mochila menos pesada respecto al tema, hemos recibido la misma mierda, pero vaciarla es más fácil porque has recogido algo menos». Así, detecta que mientras las chicas más jóvenes han tenido una educación más precoz a la hora de acercarse al feminismo, ellos andan un poco más perdidos respecto al tema. «Cada uno puede hacer lo que quiera, pero lo normal es interesarse por lo que está ocurriendo y comprobar si esa manera de mirar el mundo te apela o no», dice.

Game boy es una provocadora colección de relatos de autoficción, con sociología sentimental, una aproximación al tema de las ex, escraches feministas y la operación de fimosis que le hicieron al autor de niño. «Me gusta reivindicar que esto es una novela, un libro sobre chistes de pollas y no un sesudo ensayo sobre la masculinidad», advierte irónicamente Parkas, abrumado por el trato que se le dedica como especialista en el género.

El libro es divertido pero, atención, hay que darse cuenta de que su humor dispara hacia arriba y hacia adentro. «Si no lo haces así es opresión», sostiene Parkas. «El humor no es una herramienta per se, pero sí un buen campo de juego para probar cosas sin intentar dañar a un tercero que tiene menos privilegios que tú». Mensaje: si eres hombre y las cosas te salen mal, pregúntate qué es lo que falla en tu educación sentimental.

EL GRAN HORIZONTE

La hipótesis del nuevo hombre (ese que podría nacer cuando el próximo 8 de marzo pensara que hay que hacer algo más que colgar una foto alusiva en Instagram o que ante la borrachera de un amigo dedicado a manosear a alguna chica no se limite a excusarlo porque ha bebido de más) es el gran horizonte para ambos. Repila prefiere quedarse como Moisés ante la Tierra Prometida y verla a lo lejos sin entrar en ella, porque antes debe «reconocer machismos, problemas y errores para remodelar actitudes atávicas».

Para Parkas, ese es un proceso que nunca culmina: «Es como ser buen padre. Puedes serlo, pero un mal día vas a tener un ataque cabrón y gritarle a tus hijos. Ser feminista es saber que hay un sistema de privilegios del que me estoy beneficiando y que si no me voy desprendiendo poco a poco de ellos, estoy generando opresiones a un nivel más alto. Lo importante es la certeza de que nunca vamos a ser suficientemente feministas porque el feminismo no es un cinturón negro de kárate».

Y para demostrar que tiene camino por recorrer acaba diciendo que ese autoexamen permanente es un «puto coñazo». «Lo ves, puto coñazo es una expresión machista», y se ríe con una expresión entre cándida y guasona. Y agrega: «Decía Jordi Costa que la comedia es el único medio capaz de sobrevivir a su propia destrucción y yo creo que a la masculinidad le pasa lo mismo. Aunque ahora haya voces que digan que corre peligro, yo creo que va a sobrevivir, pero va a ser algo distinto». Y es que al final, dice, hasta ahora ser un hombre no ha sido más que ponerse un disfraz social.