Con la inspiración de La ventana indiscreta de Hichtcock. Con un particular infierno personal de depresiones antes de que por fin se le diagnosticara hace dos años, cuando tenía 36, un trastorno bipolar. Y con los derechos cinematográficos vendidos a la Fox por un millón de dólares de un debut literario que se ha convertido en un superventas internacional. Con todo ese bagaje pisaba Barcelona a primeros de este mismo mes el editor estadounidense Daniel Mallory. Entonces era aún un desconocido por estos lares, que transitaba saludando con efusividad y simpatía a cada periodista antes de presentarse como A. J. Finn, el seudónimo con el que se ha convertido en escritor gracias a La mujer en la ventana (Grijalbo), un thriller de suspense cuya protagonista sufre agorafobia.

HALAGOS DE STEPHEN KING

El éxito ya le sorprendió en su país, pues a la semana de salir a la venta, el libro se colocaba en el número 1 de la lista de best-sellers de The New York Times. Traducido a 39 idiomas y con un millón de ejemplares vendidos en inglés, como fenómeno recuerda a los thrillers psicológicos La chica del tren, de Paula Hawkins, y Perdida, de Gillian Flynn, quien le ha regalado halagos, igual que Stephen King. «Un día vi en mi correo un email con su nombre. ¡Era él! Un cumplido suyo o de Flynn son para tatuártelos», dice sonriente.

Finn cuenta su historia con naturalidad. «Durante 15 años sufrí una depresión severa. Me habían hecho todo tipo de tratamientos, hipnoterapia, del habla, meditación, medicación... sin resultados. Entonces en el 2015 por fin me hicieron un buen diagnóstico, tenía un trastorno bipolar, y en seis semanas, con una nueva medicación, estuve mucho mejor. En la novela quería explorar esta enfermedad, pero no quería que fuese la crónica de la depresión. Eso habría sido deprimente, quería una perspectiva distinta. Yo trabajaba como editor y con novela negra». No en vano hizo su tesis, en Oxford, sobre Patricia Highsmith, «pionera del thriller psicológico».

Ya habían eclosionado los fenómenos de Perdida y La chica del tren. Y mientras estaba «tumbado en el sofá» en su casa de Nueva York, cual James Stewart en La ventana indiscreta, que veía en la TV, se encendió la luz en la ventana de la vecina. «Y sí, me quedé mirándola, y entonces llegó una escena donde la actriz parecía mirarme a mí mientras decía: ‘No espíes a los vecinos porque te buscarás problemas’. Y saltó la chispa. Ya tenía la idea para la novela».

Y volcó sus sensaciones en la agorafóbica Anna Fox, una terapeuta que lleva meses siendo incapaz de salir de casa, como le pasó a él. «Tener una enfermedad mental no diagnosticada y que nadie te crea te hace sentir dentro de un thriller, porque no sabes cómo te sentirás al minuto siguiente ni qué va a pasar. Mi trastorno bipolar me ayudó a sentir empatía, algo clave para ponerte en la piel de los personajes, y a tener disciplina para escribir un libro».

SOLEDAD Y VOYERISMO

La protagonista vive sola y mata el tiempo chateando y espiando a los vecinos hasta que un día cree ver cómo asesinan a su vecina y todo el mundo la toma por loca. «La novela habla de la soledad, de cuán difícil es conectar con la gente y qué fácil es que te malinterpreten», cuenta. «El voyerismo es un instinto primario que está en nuestro ADN -opina-. Como seres humanos sentimos curiosidad por nuestro entorno y por las personas que nos rodean. Internet, Facebook hacen que sintamos interés por la vida de los demás». Lleva tres meses de gira y cuando regrese a casa cree que seguirá espiando a los vecinos -«hacerlo ha dado sus frutos...», bromea-, aunque no había pensado ser él el espiado...

Fox, explica, «es divertida y educada y desprende empatía porque ha luchado mucho con sus problemas de salud mental y hay mucha gente que los ha sufrido o tiene familiares o amigos que los sufren». Que fuera una mujer le ayudó a mantener la perspectiva. «Es preocupante que muchas protagonistas femeninas pasen su tiempo pensando en hombres» cuando la mayoría de mujeres que él conoce no son así.