Todos los rituales religiosos tienen mucho de espectáculo: desde las ceremonias abakuá afrocubanas a los canticos gregorianos de los monjes de Silos, pasando por las celebraciones budistas del Tibet o la danza de los derviches giróvagos de Konya, Damasco o El Cairo. Y aceptamos con agrado ese espectáculo, más allá de nuestras creencias o agnosticismos. Disfrutamos de esos ritos cuando se presentan públicamente, por su capacidad para emocionarnos y atraparnos, independientemente de que afecten más o menos a la fe o a la razón.

Viene a cuento todo lo anterior a propósito de la propuesta Música evolutiva y danza tanoura, presentada el sábado por la noche por Dervish TanDances en el Auditorio Palacio de Congresos de Jaca, dentro de la programación de la vigesimoséptima edición del excelente festival En el Camino de Santiago, aparentemente singular sobre el papel, pero cuya resolución resulta lastrada tanto por su desarrollo musical como por su concepto del espectáculo.

Dervish TanDances (el nombre juega tanto con la noción de danza como con la de tendencia), ofrece una doble formulación: por un lado no se basa en la samâ, la danza de los derviches turcos o sirios, sino en la tanoura, el baile-ritual de los derviches egipcios; por otro, elabora una base musical que combina tanto la tradición sufí como la experimentación electrónica, una mixtura a la que añade poemas en francés y cantos en árabe y occitano, y además lleva los giros derviches a unos territorios en los que la danza pierde toda conexión con la idea que se quiere transmitir para situarse en un territorio tan autónomo como pintoresco.

Dervish TanDances parte de una idea atractiva: reconvertir el principio sufí de interacción entre lo humano y lo divino en un discurso ecumenista (o comunitarista, si prefieren) sobre razas, países, lenguas y creencias. De ahí los elementos que configuran la apuesta elaborada por Sara Rummens y Cédric Chatelain (oboe tradicional y clásico, respectivamente), Arnaud Bibonne (canto occidental), Mawaran (canto oriental), Zedrine (recitados), Cisco Esteves (ritmos electrónicos), Nicolas Derolini (percusiones) e Ibrahim Hassan (danza tanoura). Mas el resultado final dista bastante de la concepción primigenia.

Musicalmente al espectáculo le falta fluidez, fuerza y cohesión. La conexión entre los instrumentos acústicos y las vibraciones sintéticas no termina de funcionar, y falta ensamblaje entre las distintas partes sonoras. Además, hasta bien avanzado el concierto los cantantes no desarrollaron todo su potencial.

Luego está la danza de Ibrahim Hassan, quien es probable que entre en el libro Guinness de los récords como el derviche que más tiempo permanece girando, pero, asumida su capacidad para dar cientos de vueltas sin que el estómago se le salga por la boca, su puesta en escena está más cercana a la feria de las vanidades que a la representación simbólica; más próxima a la varieté que a la ceremonia (tanto laica como religiosa): sus faldas adornadas con bombillas, por ejemplo, resultan molonas, sí, pero innecesarias en el contexto de la danza. Es este del derviche-torero (por las luces) otro elemento que contribuye a que a la debilidad argumental del espectáculo de Dervish TenDances. Una lástima, pues el enunciado prometía mucho. Y el festival suele dar más oro que ganga.