Año tras año crecen las ferias y festivales gastronómicos. Un fenómeno relativamente reciente en nuestra comunidad --por más que la fiesta siempre haya ido asociada al banquete--, que se está consolidando aunque, como es habitual, de forma espontánea, desorganizada y sin visión general. Simplemente con leer el resto de esta página descubrirán la amplia oferta para este fin de semana, que comprende desde la consolidación de tradiciones como la coqueta, hasta ferias gastronómicas, como la de Barbastro, o el concurso de tapas de Canfranc. Y así viene siendo a lo largo del verano, en diferentes pueblos o en la capital, que vio cómo más de 5000 aficionados a la cerveza artesana se concitaron el pasado fin de semana en el Centro de Historias.

Quiérese decir que esto funciona. Para los productores y hosteleros es una forma, masiva y sostenible, de dar a conocer su oferta, mientras que los aficionados, o simplemente los que pasaban por allí, se encuentran de bruces con la amplia diversidad gastronómica que ofrece Aragón, que para eso es tan extenso. Y supone, para los turistas que nos visitan, una cómoda forma de dar a conocer nuestra variedad agroalimentaria.

Sin embargo, en demasiadas ocasiones estos eventos adolecen de precipitación. No se anuncian con la debida antelación, no se publicitan bien y, especialmente, apenas se coordinan entre sí para ofrecer una imagen conjunta y más o menos coherente.

Pues desde fuera nos siguen viendo como una tierra de cocina sencilla, pegada a la tierra, sin cocineros mediáticos. Una especie de primitiva Arcadia coquinaria, bien alejada de la realidad existente.

Nos insisten en que la gastronomía es uno de los pilares de la oferta turística de Aragón. Pero apenas se ven esfuerzos en dicho sentido. Y para empezar bastaría, sencillamente, con que alguien, alguna institución del ramo, se preocupara por coordinar y difundir el amplio abanico de opciones. Algo que no requiere presupuesto, solo trabajo.

Pues son muchos quienes planifican sus viajes en función de lo que podrán comer.