Algún escritor recordaba ayer las extraordinarias jornadas literarias vividas junto a Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), gran tipo, para acabar cayendo en la cuenta, torciendo el gesto, de que quizá el escritor donostiarra, afincado en Alemania desde hace 20 años, haya utilizado aquella experiencia para tirar con bala en su última novela.

Ávidas pretensiones, memorable título, que le ha valido a Aramburu el Premio Biblioteca Breve 2014, es un retrato inmisericorde de la vida literaria, eso que, como diría Juan Marsé y como recordó ayer Pere Gimferrer, miembro del jurado, jamás hay que confundir con la literatura. A saber, que el autor ha vuelto a afilar su mirada satírica --demostrada con solvencia en novelas como Fuegos con limón o Viaje con Clara por Alemania para retratar la fauna que pulula en un encuentro poético en el que los 29 poetas asistentes, con ganas de juerga e intenciones viperinas, se dedican a comer, beber, drogarse y despellejar al prójimo. Asegura Aramburu que su voluntad no es hacer un retrato reconocible de nadie, aunque se haya inspirado en el alemán Grupo 47, que solía utilizar un trono en el que sus miembros --ahí es nada, Gunther Grass, Hans Magnus Enzensberger, Heinrich Böll y Siegfried Lenz, entre otros-- se dedicaban a leer y más tarde eran objeto de críticas por parte de sus colegas.

ALERGIA POÉTICA

Por aquello de las interpretaciones, Caballero Bonald y Gimferrer, miembros del jurado, no solo elogiaron la novela sino que también --y quizá por alusiones porque ambos aparecen citados en ella-- quisieron dejar bien a las claras que "sus personajes no son poetas ni apenas escritores". Se trata más bien de poetastros.

Para Aramburu su novela no es una revancha. A menudo ha expresado su conflictiva relación con la poesía, que practicó en el pasado. Su principal reproche es que en el género no cabe el humor. Pero que respiren hondo los poetas, tampoco acepta que esto sea un roman à clef, aunque algunos miembros del jurado aseguraron que es inevitable leerlo buscando paralelismos. "Con frecuencia, mi humor se muestra un poco cruel, pero tengo un límite estricto, jamás me he reído de la desgracia ajena". También constata que suele utilizar el arma del humor cuando su situación personal empeora: "Es una manera de no sucumbir al fanatismo".

HUMOR

Y para aquellos que no valoren suficientemente la parodia, Aramburu recordó que en todas sus novelas siempre hay una escena en un cementerio --"no tengo ni idea de por qué lo hago"-- y suele establecer un diálogo con alguna obra contemporánea o clásica. En este caso se trata de El Lazarillo, todo un revulsivo para la triste falta de humor.