"Escandalizar es un derecho y ser escandalizado es un placer, y quienes se niegan a ser escandalizados son unos moralistas". Teniendo en cuenta que son palabras de Pier Paolo Pasolini, y que el cineasta italiano siempre predicó con el ejemplo --ahí están Pocilga (1969), El Decamerón (1971) o Saló o los 120 días de Sodoma (1975) para demostrarlo-- en teoría podría resultar un contrasentido que Pasolini, presentada ayer a competición en Venecia, se distinga por la contención. Sobre todo porque quien la dirige es Abel Ferrara, que a través de obras como Ángel de venganza (1981), Teniente corrupto (1992) y la reciente Welcome to New York (2014) ha hecho de la provocación explícita su sello.

En la práctica es al revés. El gran acierto de ese enfoque sobrio es que a Ferrara le sirve para restaurar el buen nombre de una figura tradicionalmente envuelta de sordidez por su condición de homosexual y marxista, por la atracción que sentía por el lumpen y por las circunstancias que siguen rodeando su muerte.

Pasolini fue hallado muerto el 2 de noviembre de 1975 en una playa en Ostia. Según la autopsia, primero recibió una paliza salvaje y luego fue arrollado con su propio coche. Pino Pelosi fue el único condenado por aquel crimen, pero nadie se creyó su versión. Aún hoy se baraja un asesinato político.

Pasolini recrea el último día del cineasta y reconstruye su fallecimiento, pero no trata de teorizar sobre el misterio. Es una película "sobre su vida y su trabajo, sobre su pasión y su compasión", dijo Ferrara, que explicó sus intenciones recordando una cita del director de Teorema (1968): "Es en la muerte de una persona que su vida cobra sentido".

Recién llegado de un encuentro con Ingmar Bergman en Estocolmo, Pasolini escribe una carta a Alberto Moravia en la que le habla de su última novela, Petrolio; almuerza en casa con su madre y con la protagonista de Saló, Laura Betti; conversa con el periodista Furio Colombo en la última entrevista, que encapsula su ideario político --"este sistema social nos entrena para ser gladiadores que poseen y destruyen"--, y cena con Ninetto Davoli, que fue su amante y que protagonizó varias de sus películas.

Interludios oníricos

Ferrara incluso se atreve a dar vida a tres escenas de Porno-Teo-Kolossal, que iba a ser su próxima película, a la manera de interludios oníricos. Por momentos intenta adentrarse en la mente de su objeto de estudio, y en general adopta una mirada impresionista que dejará abandonados en la inopia a los no iniciados. Pero, ¿no es esa la mejor forma de homenajear a un visionario que promulgó el rechazo de estructuras narrativas y la búsqueda de la experimentación formal, y que declaró hace 40 años que "el arte narrativo, como todos ustedes saben, está muerto"?