El 1 de marzo de 1989 se inauguró el rehabilitado Cine Doré para convertirse en sede oficial de la Filmoteca Española. A lo largo de estos 30 años, esta sala se ha convertido en punto de encuentro de varias generaciones de cinéfilos y en un lugar indispensable de difusión cultural en el que se han proyectado más de 20.000 películas. Tres décadas después, para celebrar esta efeméride, la cinemateca dirigida por Josetxo Cerdán ha preparado un programa especial que se extenderá a lo largo de todo 2019, y para dar el pistoletazo de salida, han decidido inaugurarlo con un auténtico acontecimiento: la recuperación de una película inédita del cineasta de culto Jesús Franco titulada Vaya luna de miel, fechada en 1980, que se daba por perdida y cuyo negativo se ha encontrado intacto en el Centro de Conservación y Restauración de la Cinematografía (CCR) de Filmoteca Española.

TESIS DOCTORAL

Fue Álex Mendíbil quien se percató de su existencia mientras investigaba para su tesis doctoral en torno al prolífico director malagueño, fallecido en el 2013 a los 83 años. Llevaba ya un año rescatando joyas ocultas de la subcultura cinéfila del archivo, que se proyectaban una vez al mes en una iniciativa llamada Sala B, dedicada a reivindicar las obras más marginales, trash y alternativas de nuestra cinematografía. En este caso, sus pesquisas se centraron en una película supuestamente inacabada del director titulada El escarabajo de oro, una adaptación del relato del mismo nombre de Edgar Allan Poe. Rebuscando descubrió que ese proyecto había cambiado de título (¿quizá por eso no se había encontrado?) y que estaba perfectamente terminado, montado y hasta con sus títulos de crédito.

¿Cómo llegó hasta allí? ¿Por qué no se estrenó? Mendíbil tiene alguna teoría al respecto: «Estas latas provienen de Fotofilm, donde Franco dejaba a veces sin pagar los gastos de laboratorio. Puede ser que quedaran secuestradas hasta que se pagara la deuda, cosa que nunca llegó a suceder. Hemos encontrado una factura que indica que se mandó a un cine de Barcelona, pero no se registró el estreno».

Para ubicar Vaya luna de miel en la inabarcable trayectoria del director, que según Mendíbil alcanza los 185 títulos, la película correspondería justo a la etapa en la que Franco regresó a España al finalizar la dictadura tras un periodo en Francia y Suiza, donde principalmente practicó el cine erótico. Fue un momento especialmente prolífico en el que rodó muchas películas de manera simultánea, estableció su base de operaciones en Alicante y comenzó a configurar lo que él llamaría su «francofamilia».

ENSAYO DE UN TIPO

«Vaya luna de miel es un ensayo del tipo de películas que el director hizo a lo largo de la década de los 80», continúa Mendíbil. «En ella podemos identificar todos sus elementos característicos, sus señas de identidad, el tipo de humor, los decorados, la música, las situaciones picantes». En cuanto al tono, recuperó elementos de Residencia para espías (1966), Cartas boca arriba (1966), ambas con Eddie Constantine, y Lucky, el intrépido (1967).

En la película, una exuberante y chisposa cazafortunas (Lina Romay) seduce a un ingenuo joven, se casan y se van de luna de miel a un lugar exótico, las Bananas, donde después de una serie de equívocos son confundidos con los responsables de revelar un enorme yacimiento de oro. Durante la alocada misión aparece una banda de chinos (interpretados, por supuesto, por occidentales, solo un poco disfrazados), robots en miniatura que ejercen de mensajeros o de justicieros, mujeres obsesionadas con la tortura y una serie de delirantes personajes que contribuyen a marcar la imprevisibilidad de la propuesta, tan marciana como deliciosa y desprejuiciada. «Franco era tan visionario que se adelantó a la moda de las películas de arqueólogos que instauró Spielberg con su India Jones. Él era un creador de tendencias, siempre iba por delante», dice Mendíbil.

Uno de los protagonistas es Antonio Mayans, que colaboró con Jess Franco en más de 70 ocasiones. Reconoce que no se acordaba de prácticamente nada de Vaya luna de miel, solo de que el director lo llamó un día antes para ver si estaba disponible y encargarse de un personaje. «Trabajar con él era así, no había nada planificado, todo surgía de manera improvisada, pero esto también constituía un estímulo», cuenta. «A veces rodábamos varias tomas desde distintos puntos de vista, y después nos contaba en secreto que eran planos para diferentes películas, así que nunca sabías muy bien lo que estabas haciendo», recuerda riendo.

Para Mendíbil, la esencia del cine de Franco se resume en algo tan simple como es el placer por contar historias, ya sean estas pequeñas o grandes, puede, quizá, que como una herencia cervantina. Por eso siempre hay narradores que hablan a la cámara, en este caso para cerrar la película reconociendo la sumisión del hombre frente al poder femenino. «Él solo quería contar y rodar. Si no rodaba, no era feliz, llevaba la cámara siempre en la mano, era su obsesión. A sí mismo se llamaba, con un juego de palabras, franco-tirador automarginado», recuerda Mayans.