En 1805, con motivo del casamiento de su único hijo Javier con Gumersinda Goicoechea, el 5 de julio de aquel año en la iglesia de San Ginés en Madrid, Goya pintó una serie de retratos familiares en miniatura sobre finas planchas de cobre en formato circular, de entre 8 y 8,9 cm de diámetro. Al parecer, era la primera vez que el artista utilizaba esa técnica de la que obtuvo resultados inusitados como queda evidente en esta secuencia de obras tan excepcional. La gruesa capa de preparación de color marrón rojizo oscuro, con la que Goya cubrió las finas láminas de cobre, además de ser la superficie sobre la que pintó con pinceladas rápidas, obviando el sistema de trabajo de los miniaturistas por yuxtaposición de pequeños puntos, le sirvió para crear sombras y dotar de corporeidad a los rostros, tan expresivos, y a los detalles de la indumentaria, tan exquisitos.

La galería de retratos conocida en la actualidad la configuran los novios, Javier Goya y Gumersinda Goicoechea, los padres de esta, Martín Miguel de Goicoechea (aunque quizás se trate de su hijo Martín Mariano) y Juana Galarza, y sus tres hijas, Manuela, Gerónima y Cesárea. Previos a las miniaturas Goya hizo dibujos a lápiz entre los que figura el de Josefa Bayeu, por lo que bien pudo incluir los retratos de su esposa y el suyo propio.

El Museo de Zaragoza adquirió en 2003 los retratos de Javier Goya y Gumersinda. El Museo del Prado conserva los de Juana y Manuela. El retrato de Martín Miguel Goicoechea -o de su hijo Martín Mariano- se encuentra en la Norton Simon Foundation, de Pasadena; y los de Gerónima y Cesárea en el Rhode Island School of Design, Museum of Art, de Providence. Si bien el formato confiere unidad al conjunto, Goya representa a cada personaje de manera individual, atendiendo a sus expresiones y recreándose en los efectos de encajes y telas. El modo en que los hizo posar es fundamental: ninguno repite posición, lo que además de dinamizar la serie apela al espacio singular que corresponde a cada uno de los modelos.

Los retratos de Javier Goya y Gumersinda, como es habitual en las obras que forman pareja, o «pendant», se disponen enfrentados: el busto erguido de la novia contrasta con la actitud melancólica del novio, ligeramente girados a su derecha e izquierda, respectivamente.

Los retratos

La noticia de la boda hizo feliz a Goya. Estaba bien emparentar con los Goicoechea, acomodada familia burguesa de origen navarro, empresarios del sector textil que llegaron a ocupar puestos importantes en la Administración; de todos modos, Goya proporcionó a su hijo una muy buena dote, le ofreció compartir su domicilio o la posibilidad de residir en una casa que les cedía en la calle de los Reyes, nº 7; opción que finalmente eligieron los recién casados, que casi al año de la boda tuvieron a Mariano, el único nieto de Goya.

Sin oficio conocido, Goya sufrió la debilidad de carácter de su hijo y la afición por el lujo de su nuera con quien, según se decía, nunca mantuvo buena relación.

Aunque en 1805 todo eran alegrías, Goya captó en estos retratos la mirada distante de Gumersinda, segunda de las tres hijas de los Goicoechea, adornada a la moda francesa con un elegante sombrero de mimbre y vestido de encaje, cuyas transparencias Goya consigue mediante pinceladas fluidas o empastadas.

Como analizó Anna Reuter en el catálogo Goya. La imagen de la mujer (Museo del Prado, 2002), el artista aclara el fondo justo detrás del sombrero y utiliza una gama de colores muy variada, en la que destaca el amarillo para aportar a la modelo una cálida luminosidad y lograr los medios tonos. Goya modela la carnación en un tono rosa, que insinúa mejillas, nariz y labios; y en muchas zonas aprovecha la preparación de fondo rojiza dejándola a la vista para crear sombras que aumentan la corporeidad, o para estilizar los rizos que caen sobre la frente y mejilla de Gumersinda, contrarrestando el protagonismo de sus ojos, que miran directamente al espectador.

A su lado, Francisco de Goya pinta el retrato de su hijo -que se presentó como pintor en el registro de boda aunque no se le conoce obra alguna-, de rostro juvenil, vestido con levita y camisa blanca; sobrio. En opinión de Manuela Mena la mirada y el gesto de Javier Goya traducen cierta debilidad de carácter, además de ser el único retrato en el que la figura queda empequeñecida respecto al espacio.