Francesc Serés (Zaidín, 1972) publicó en el 2007 La matèria primera, una clarividente crónica que retrataba una Cataluña a punto de hundirse sin ser consciente aún de ello, pero que, con su opción por servir casi en bruto las conversaciones mantenidas con decenas de personas a lo largo del país, no facilitaba la digestión al lector.

Poco antes, Serés había entregado también una primera versión de La pell de la frontera, a Jaume Vallcorba, el fallecido editor a quien dedica el libro, publicado finamente por Quaderns Crema. Aunque no sea ni mucho menos el mismo texto: Vallcorba le tumbó lo que entonces era una sucesión de crónicas sobre la vida de los inmigrantes en los campos de frutales en las vecinas Zaidín (Huesca) y Alcarràs (Lérida). "Eran reiterativas", reconoce hoy Serés, después de haberles dado un nuevo tratamiento literario y de haberlas puesto al día (las crónicas van de 2003 al 2013), una vez "la crisis se ha solidificado" y tras su experiencia de casi cuatro años en Olot como profesor de una aula de acogida.

Empatía

"Quería que el libro gustara", explica. Y es difícil no establecer un vínculo sentimental con el anciano al que se le instala en casa una familia marroquí y le deja un enorme vacío cuando un día se esfuma sin decir nada. Con el desaparecido Majeed, viviendo entre ruinas y excrementos y sin papeles a causa de sus antecedentes penales en Argelia... por consumo de alcohol. Con los agropastilleros que suben de Fraga al Monegros Festival, con Severo y Mercedes, dos expresos que reemprenden sus trapicheos en esta comarca vecina, ese agujero negro "del que se van los árboles, la tierra y la gente".

En el segundo capítulo, un Serés instalado con una beca de creación en Nueva York y encarado a escritores y editores norteamericanos, ejerce de abogado del diablo de sí mismo. ¿Esto le interesa a alguien? ¿No aburrirá al lector? ¿Puede la literatura hablar del mundo, en lugar de darle vueltas una y otra vez a historias más o menos sentimentales con protagonistas de más o menos la edad del lector? "Esas preguntas son las mismas que me hago yo. ¿Cómo hacer que una historia como ésta pueda suscitar interés? En la medida en que es digna, y la gente que la protagoniza lo es, ha de poder interpelar a alguien. Si no empatizamos con ellos es que tenemos algún grado de sociopatía. Pero si el libro no lo logra, la responsabilidad es mía, porque no soy lo bastante bueno", reflexiona.

Eso sí, que haya elaboración literaria no significa que modifique los hechos. Es un libro de no ficción y de kilómetro cero, con Serés como testigo y protagonista, recorriendo los caminos polvorientos del Segrià, el Bajo Cinca y los Monegros. "He adaptado un material muy sensible. Mi gente, vecinos, amigos y hermanos". ¿El género? "No sé cuál es. Si un artefacto explica la realidad con un alto contenido de verdad imaginativa y de dignidad no necesita que te hagas más preguntas sobre qué es. Lo has conseguido".

"A algunos de estos chicos yo los iba a recoger con la furgoneta, cuando tenía 13 o 14 años, para recoger fruta. Sudábamos juntos- pero yo después me iba a casa y ellos a una cabaña". Desde el punto de vista estrictamente laboral, resulta difícil decidir si algunas de las relaciones descritas en el libro son solidaridad o explotación. "El juicio moral es difícil, pero se debe explicar en su contexto. A tu pueblo llegaban sin avisar 200 o 400 magrebís o nigerianos y debías gestionarlo. Y aún tienes la suerte de que en verano había trabajo. Durante 30 años esa zona ha tenido una desatención absoluta. En los 80 y 90 nadie hacía caso a los alcaldes. Ni una ayuda, ni nadie que pusiera orden. 'Gestionadlo como podáis y no emprenyeu', les decían". Y encima no se produjeron conflictos graves. "Hay un hecho fundamental: que el trabajo ha sido la herramienta de la integración. Cuando sudas junto a alguien codo con codo, acabas mirándolo de otra manera".

Carretera secundaria

La primera versión del libro, explica Serés, estaba "demasiado focalizada en la inmigración", en las decenas de entrevistas con los temporeros africanos. En su forma definitiva, explica, "hay una mayor variedad de registros". Y además, ahora, las fronteras son varias. Las del primer y tercer mundo, las de Europa occidental y del Este, las de la economía global y local, la que lleva a esos vecinos Monegros. "Las fronteras morales, las fronteras intelectuales, las fronteras lingüísticas...". No aparece tanto la frontera administrativa que separa a los pueblos catalanohablantes de Lérida y de Huesca. "Esta, la que menos. Jamás noté la separación entre Zaidín y Alcarràs. Íbamos por una carretera secundaria, de manera que ni un rótulo había".