Pocas veces una publicidad ha terminado siendo tan engañosa. O más amplia la distancia entre lo prometido y lo real. En el 2017, el Fyre Festival iba a ser «la experiencia cultural de la década», en palabras del rapero Ja Rule, fundador del evento con el joven emprendedor Billy McFarland. Un festival de dos fines de semana en una isla privada de las Bahamas, con cartel potente (Major Lazer, Disclosure, Migos), glamping (o camping de lujo), cátering del restaurador estelar Stephen Starr y todo lo que uno espera de una experiencia que podía costar hasta 12.000 dólares.

Lo que los primeros visitantes se encontraron fue muy diferente. Por algún motivo el documental sobre el fiasco que acaba de estrenar Netflix se llama Fyre: The greatest party that never happened (Fyre: La mayor fiesta que nunca sucedió). Como los memes que sucedieron a la catástrofe, puede ser divertido. Pero también doloroso y angustioso: sobrecoge escuchar a los entrevistados, muchos antiguos empleados, hablar sobre el imposible McFarland, sentenciado a seis años de prisión por sus malas artes financieras en su (intento de) creación del monstruo.

Al director Chris Smith (American movie) le intrigaba saber qué había detrás de los citados memes: Fyre Festival se había quedado en un gran chiste. A menudo se reducía el crimen de McFarland a la estafa, pero todo fue un poco más complicado: realmente hubo intención de montar esa «experiencia cultural de la década». Smith se propuso explorar la historia con ayuda del conglomerado Vice y Jerry Media, la agencia que llevó las redes sociales.

MODELOS FAMOSAS

En el principio, explica el filme, Fyre fue un proyecto de app para fichar artistas para fiestas y eventos; una especie de «Uber de la contratación». El nuevo y temible proyecto del hombre detrás de Magnises, una tarjeta de crédito hiperexclusiva que había caído rápidamente en el descrédito. McFarland había vendido aquel invento como una llave mágica para abrir el mundo de los ricos y famosos; y el festival que lanzaría su nueva app se vendió como lo mismo, una oportunidad de codearse con la élite. Esa élite iba a pagar los abonos sin problema; otros, que no pertenecían a ella, se dejaron los ahorros de una vida para ir.

En los vídeos promocionales no aparecía público anónimo saltando en cámara lenta, sino modelos famosas como Bella Hadid, Hailey Baldwin y Alessandra Ambrosio, mirando insinuantes a cámara y chapoteando en aguas de azul electrizante, las que rodeaban (la ficcional) Fyre Cay, una isla privada que según la publicidad del festival perteneció a Pablo Escobar. (Era Cayo Norman, en realidad, antigua medio propiedad del narco Carlos Lehder).

A los organizadores se les pidió no airear la conexión con el narcotráfico, pero fue lo primero que hicieron en las redes y tuvieron que irse a la isla de Gran Exuma, donde se hicieron con una zona medio en obras, llena de gravilla. El mapa del festival ya no tenía forma de pequeña isla, pero nada que no pudiera maquillar un poco de Photoshop.

Los organizadores eligieron el peor momento para invadir Gran Exuma: en las mismas fechas se celebraba una especie de Superbowl a la bahamiana y no había casas privadas para todos los influencers invitados por McFarland. Cuando el contratista Marc Weinstein, una de las personas decentes que trató de salvar el peor festival de la historia, expuso el problema, McFarland contestó: «Hay que tener una actitud positiva». Cuenta Weinstein: «Nada le perturbaba, pero estaba delirando. Mi mente se debatía constantemente entre: ¿este tío es un genio o está loco?».

Algo malo debía pasar cuando en el Instagram del Fyre seguían apareciendo fotos de supermodelos a pocos días del inicio de la fiesta. Ni un escenario a medio construir, ni nada. McFarland se vio incapaz de detener su aventura (y su fraude: cada vez que necesitaba dinero, mentía a sus inversores para conseguirlo). El resultado fue algo que los abogados definirían como «más cerca de Los juegos del hambre que Coachella».

Los fyrers no encontraron casas privadas ni glamping alguno, solo tiendas al parecer recicladas de los campamentos de socorro del huracán Matthew, por las que hubo que pelear, además. El cátering (que había que pagar aparte) consistió en dos rebanadas de pan sin tostar, dos lonchas de queso fundido y un poco de ensalada a un lado. Nadie vio a Bella Hadid por las inmediaciones. La música nunca llegó a sonar.