La muerte de John Fitgerald Kennedy sigue traumando a los Estados Unidos y a muchos norteamericanos.

Ni el levantamiento de los secretos oficiales del caso, de las investigaciones del equipo Warren, ni la novela de Norman Mailer sobre el presunto asesino, Lee Harvey Oswald, ni la película de Oliver Stone, JFK, apuntando en otras direcciones, han logrado elucidar el misterio ni satisfacer a una opinión pública que sigue pensando, seguramente con razón, que en el magnicidio hubo más cómplices, más rifles, más implicados.

Uno de los norteamericanos que probablemente piensa así es el escritor Lou Berney, recientemente galardonado con el prestigioso Premio Edgar, y de mayor actualidad aún por la publicación en España, de la mano del sello Harper Collins, de su última y excelente novela, Carreteras de otoño.

En sus páginas, escritas con el ritmo trepidante de las buenas historias de acción, la muerte de John Kennedy en Dallas, el 22 de noviembre de 1963, sobrevuela de manera constante.

En el propio espacio narrativo, para comenzar, porque la acción arranca precisamente del hechodel magnicidio, cuando la policía se lanza a buscar y a capturar a los culpables y los acontecimientos se precipitan uno detrás de otro sin solución de continuidad, y sin solución: el asesinato del sospechoso Harvey Oswald a manos de un mafioso tejano, Jack Ruby, que le dispara a quemarropa en un descuido policial, con la clara intención de eliminarle como testigo; la posterior y extraña muerte del propio Ruby, otro testigo a descontar; el funeral de JFK, el ascenso a la Casa Blanca de Lindon B. Jonhson... En medio de semejante y vertiginoso carrusel de acontecimientos, Lou Berney pondrá en su novela en pie al personaje de un gángster de Nueva Orleáns, Frank Guidry, que parece haber tenido algo que ver con el magnicidio y que huye de la policía y de sus propios jefes.

Guidry está conectado con uno de los grandes capos de la época, Carlos Marcello, asimismo sospechoso de haber conspirado contra los Kennedy.

Marcello no sería el único mafioso en el punto de mira de la investigación. Igualmente lo estuvo otro de los grandes referentes de la mafia de Florida, Santos Trafficante. En la ficción, pero como el personaje muy real que es, Frank Guidry, asediado por todas esas oscuras fuerzas, tendrá que huir en dirección a California.

Lo hará por la famosa ruta 66 en compañía de una mujer inocente, Charlotte, y de sus dos hijas, más inocentes aún, a las que utilizará como disfraz de una familia normal en ruta hacia el oeste. Pero inevitablemente Frank irá dejando algunas pistas para los sabuesos que le persiguen con intención de liquidarlo...

Una novela de perfiles humanos extremos, pero bien trazados a la luz de una acción agobiante, incesante, la que suele mover las tramas basadas en la huida, en la penumbra, en la inocencia y la culpa.

Y con escenas y personajes que el lector recordará mucho tiempo después de haber leído Carreteras de otoño.