Presentada ayer a competición en San Sebastián, la comedia Un hombre fiel se parece tanto al cine de la Nouvelle Vague, y en especial a las películas de Francois Truffaut sobre la joven adultez de Antoine Doinel, que casi sorprende que la historia que cuenta transcurra en la París actual. Y quizá sea lógico considerando que la dirige y protagoniza el actor Louis Garrel, hijo de uno de los cineastas que recogieron el testigo del mítico movimiento cinematográfico francés, Philippe Garrel.

Se trata de la historia de Abel, un joven parisino que en la primera escena de la película recibe una noticia demoledora de su novia, Marianne (Laetitia Casta): está embarazada, pero no de él, y ha decidido dejarle para casarse con el padre. Lo que viene después es un viaje vital que se prolonga durante varios años e incluye varios acontecimientos inesperados. Marianne volverá a la vida de Abel junto a su hijo, y también lo hará Eva (Lily-Rose Depp), hermana menor del hombre por el que fue abandonado.

Mientras acompaña al protagonista dando tumbos de un apartamento a otro y de una cama a otra, Un hombre fiel ofrece algunas escenas certeramente cómicas y alguna pincelada de surrealismo probablemente cortesía del legendario Jean Claude-Carrière, que ha colaborado en el guion. Tanto Casta como Depp resultan del todo convincentes en papeles que exigen de ellas dosis de glamur mucho menores que las que ayer dedicaron a los fotógrafos.

En cualquier caso, el realizador Philippe Garrel resulta tener poca cosa que decir acerca de la atracción romántica, el compromiso sentimental, la infidelidad, el arrepentimiento o el dolor de la pérdida. En este sentido, se conforma que recordarnos que el amor nos complica la vida, y que desear a una persona es más gratificante que poseerla. Y en el proceso nos recuerda que nadie habló tan bien de ambas cosas como los autores que él trata de emular.