«El perro odia al ratón y venera al gato, el ratón desprecia al gato y odia al perro, el gato no odia a nadie y ama al ratón». Así sintetizaba el poeta estadounidense E. E. Cummings, fan incondicional de Krazy Kat, la inversión de papeles del trío protagonista de la longeva tira cómica, uno de sus rasgos distintivos que da para más de una sesión de psicoanálisis. Los personajes nacieron en 1910 de la genialidad de George Herriman y le acompañaron hasta su muerte, en 1944, cuando este referente y pionero del cómic estadounidense dejó inacabados en su mesa de trabajo seis dibujos. Piezas que ahora son propiedad de uno de sus múltiples e ilustres fans, el historietista Chris Ware, quien las ha prestado para la mayor retrospectiva que se le ha brindado nunca a Herriman, instalada hasta el 26 de febrero en el museo Reina Sofía de Madrid.

Con 160 piezas, entre originales y páginas de diarios, la exposición Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat quiere contribuir a «diluir esa barrera entre la alta y la baja cultura, en la que el cómic fue siempre tratado como un subproducto artístico, asociado a lo cómico, a la cultura popular o al público infantil, hasta que empezó a recuperar prestigio con gente como Art Spiegelman (Maus) y el concepto de novela gráfica», enfatiza Rafael García, comisario de la muestra junto a Brian Walker.

Krazy Kat (que editó Planeta De Agostini) y sus múltiples interpretaciones protagonizan el grueso de la exposición. Una es la ligada a esa inversión de roles entre los animales, surgida «de la necesidad de narrar que se es otro, que se es diferente», dice el comisario en alusión a que Herriman ocultó en vida que era una persona «de color», como se descubrió en los años 70 en su partida de nacimiento.

Tiras de prestigio

Nació en Nueva Orleans en 1880 en una familia criolla que emigró a Los Ángeles por la presión segregacionista. Allí, Herriman, mulato de piel clara, se hizo pasar por blanco. «Si no, nunca se habría casado con una blanca ni logrado trabajar para los grandes diarios de la época», afirma García. «Krazy Kat era un reflejo de sí mismo y de su biografía. En muchas tiras aparece el gato tocando el banjo de calabaza, instrumento típico de los esclavos». El propio Herriman calificó a su criatura de «ser indefinido, como un elfo, sin género», algo que, explica el comisario, sumado a que estaba enamorado de un ratón (Ignatz), «resultaba algo bastante subversivo hace 100 años». A ello se añaden los análisis freudianos por el hecho de que Krazy Kat malinterprete como signos de amor las agresiones de Ignatz.

Porque la serie, pese a su aparente sencillez, era compleja. Mezclaba distintos idiomas y argot e incluía referencias a la literatura clásica. «Eso era una barrera para el gran público y las tiras no eran muy populares. En cambio, la intelectualidad lo valoraba mucho. Y por eso, porque imprimía prestigio a sus periódicos, el empresario William Randolph Hearst las siguió publicando hasta la muerte de Herriman».

Incondicionales de las tiras fueron Frank Capra, Stan Lee, Disney, P.G. Wodehouse, T. S. Eliot, Jack Kerouac y Gertrude Stein, que se hacía enviar las tiras a París, donde las leía junto a Picasso. El pintor también las admiraba e incluso adaptó su estructura formal en Sueño y mentira de Franco, de 1937.

A la influencia de Herriman no fueron tampoco ajenos artistas como Willem de Kooning, David Wojnarowicz o Miró. «Krazy Kat contiene elementos surrealistas mucho antes del Manifiesto de Breton de 1924», añade el comisario. Para muestra, «la incongruencia de las acciones, el arte aborigen de los indios navajos, figuras antropomórficas y la ambientación en el condado de Coconino (Arizona) con paisajes desérticos típicos del Gran Cañón, que luego vemos en Chirico o Dalí».

El Reina Sofía quiere, subraya García, «mostrar los relatos de la historia del siglo XX y XXI, y el cómic no podía quedar fuera porque sus creadores están a la par que muchos artistas plásticos contemporáneos. Exponer a Herriman supone un cambio de mentalidad respecto al cómic, que en los últimos 15 años ha empezado a entrar en los museos».

En las historietas se colaba la actualidad (en una tira de 1920, el gato loco levanta una pancarta por el sufragio femenino, semanas antes de que se aprobara en EEUU) y también lo personal: ocho años después de la muerte en 1931 de la mujer de Herriman en accidente, una enfermedad se llevaba a su hija menor y él le dedicaba una impagable página en la que una estrella cae del cielo a las manos de Krazy Kat. Él la hace volar en una funda de almohada y se pone a dormir. A su lado, el ratón y el perro ven caer la funda con una nota que dice: «He vuelto a casa y soy muy feliz. Gracias. (Firmado) Centellita».

Escenarios