La incertidumbre, la inestabilidad y la vulnerabilidad. También la inseguridad, la desprotección, la precariedad, la desorientación y la provisionalidad, son algunas de las sensaciones, cargadas de un fuerte contenido emocional, sobre las que Gema Rupérez reflexiona en sus obras. Es así desde el comienzo de su trayectoria, que se inició en 2004 con la exposición colectiva Fuori Tema. Sistemi Operativi, en el Palazzo Ducale di Urbino; si bien, fue tomando cuerpo a partir de 2010, en la muestra Apolo y Dafne (4º Espacio de la Diputación Provincial de Zaragoza), y fortaleciéndose progresivamente en las también individuales: Sobre la superficie (sala Juana Francés, 2012), Ausencia convocada (galería A del Arte, 2013), Corriente alterna (Twin Gallery, 2015) y en la reciente Hegemonía en A del Arte, un proyecto centrado en la vigencia de luchas y tensiones por el poder. Asunto este que siempre ha estado, de un modo u otro, presente en sus obras. Desde aquellas en las que el cuerpo de la mujer borrado, oculto o violentado ocupaba el espacio pictórico, a las instalaciones Evocándote, Acopio o Favilas que eran una meditación sobre las dificultades de comunicación. ¿Cómo es posible escuchar lo que dicen los textos si son mudos? ¿Cómo puede el oído prestar atención a la silenciosa escritura?, se preguntó Miguel Cereceda, en sintonía con la declaración de Gema Rupérez: «La contradicción de los sentidos encontrados en un mismo espacio intentando comunicarse». La imposibilidad de comunicarse es el tema que la artista explora; tan ligado al deseo de ostentar el poder, da igual de qué tipo, político o patriarcal. Motivo por el cual Gema Rupérez los conjuga al unísono.

El arte como promesa

En la exposición Corriente alterna Rupérez presentó dos vídeos: In albis y Lapsus linguae (ambos de 2015), primeros proyectos de la serie Conversaciones. En el primero, la confrontación de dos bloques de papeles que vuelan en sentido contrario inciden en la idea de la conversión de la comunicación humana en un mero trámite, tan pesado como el del papeleo administrativo. En Lapsus linguae, dos altavoces amordazados distorsionan las voces y, por tanto, imposibilitan el diálogo. Al repetitivo «Quiero que me escuches», sigue el insistente «Te estoy escuchando». Sin intercambio ni continuidad. A la serie citada, abierta en el tiempo, se han incorporado el vídeo Espacio personal, dos globos que estallan en el intento de hacerse con el espacio, y el artefacto Lucha de relatos, confrontación de ideologías en el empuje de los libros de Adam Smith y Karl Marx.

Las consecuencias de la voracidad del poder y de la ausencia de comunicación se enredan en las obras de Gema Rupérez con lo emocional; un aspecto importante de su trabajo -de formalización estética impecable-, cuyo propósito es huir de todo hermetismo para facilitar la comprensión inmediata de quienes lo contemplan e involucrarles emocionalmente en su visión comprometida ante determinados asuntos que ocupan la actualidad.

Si el arte debe compartir la vida, ¿cuál es su función propia?, se pregunta Alain Badiou. El arte, en su opinión, no solo debería anunciar el desastre sino ser una promesa, es decir, que ha de prometernos algo dentro de su capacidad subversiva. La ambición política del arte contemporáneo, considera Badiou, además de ser un testimonio vivo sobre la vida intenta producir una transformación subjetiva: la contemplación cede entonces paso a la transformación, no en vano el arte contemporáneo acepta la finitud y su propia desaparición cuando decide mostrar la fragilidad de lo que existe a través de la instalación y de la performance.

Sobre la expansión del arte hacia la esfera de la transformación social y la democracia genuina escribió Kerti Chukhrov quien, en su artículo Sobre la falsa democracia en el arte contemporáneo, se hizo eco del debate que el ensayo Malestar en la estética de Jacques Rancière abrió sobre la reactivación de las dimensiones de la estética y del juicio estético en el arte contemporáneo y las sombras de dudas que arrojó sobre las reivindicaciones del arte actual en las reivindicaciones de participación directa y de eficacia social o política.

En su opinión, nos hallamos en un punto de fricción entre una falsa apertura democrática y el restablecimiento de una noción obsoleta de estética; de modo que cabría preguntarse sobre si es posible aplicar la categoría de estética en las prácticas modernas y contemporáneas que nunca fueron consideradas experiencias estéticas. También conviene rescatar la pregunta que plantea Jean Borreil: ¿De qué da testimonio un testimonio?