Hay una voluntad de no hacer demasiado ruido en la prosa y en la personalidad de la escritora italiana Giulia Alberico (San Vito Chietino, 1949). Y quizá por eso sus escritos están llenos de calidez -como lo está su carácter-, lo que tiene su mérito porque no se pliegan al sentimentalismo. No muy conocida en España, la autora tan solo había publicado en Periférica Los libros son tímidos, un delicado volumen de memorias libresco, pero ahora aparece La casa de 1908, un librito breve y pequeño, muy, muy pequeño, que realmente es de bolsillo, porque cabe en uno. No en vano ha sido editado por Minúscula.

Pero aún hay más. Dentro de ese sello en el que priman más bien las distancias cortas, La casa de 1908 aparece en la todavía más minúscula colección micra, como una forma -así lo dice la editora Valeria Bergalli- de «reivindicar la importancia de los textos breves».

La narración además es perfecta para entrar en el mundo ordenado e intenso de la autora. Apareció junto a otros dos relatos en su primer libro, Madrigale, en 1999, y desde entonces no ha dejado de venderse en Italia. La escritora, hija de maestra y maestra ella misma, volcada personalmente durante años en unos provechosos planes de fomento de la lectura basados en la idea de que leer debe ser, ante todo, un placer.

Por ese motivo conoció a Elvira Sellerio, la veterana y mítica editora siciliana, que la invitó a publicar cuando Alberico tenía 50 años. «He escrito toda mi vida desde que aprendí a hacerlo a los 4 años, pero nunca se me había ocurrido hacerlo público. Cuando le enseñé mis relatos a doña Elvira y esta mostró interés, le dije que yo ya era demasiado mayor. Me contestó que eso habría sido un problema de haberme dedicado a la danza…», cuenta riendo.

El relato de Alberico tiene un originalísimo punto de vista. Trata, como indica el título, de una casa construida a principios del siglo pasado por un emigrante, un edificio que ha visto pasar varias generaciones bajo su techo y que ahora teme ser vendida, que sus nuevos ocupantes lo ignoren todo de su historia.

Y la personificación no es retórica. La casa habla. Dentro de sus limitaciones, porque solo conoce superficialmente lo que ocurre dentro de sus muros. Es la propia casa la que narra la historia y la que establece una relación singular con las mujeres que han vivido allí, esperando impotente sus decisiones.

LA LITERATURA ES UN SUEÑO / La casa de la ficción, claro está, está inspirada en una real, aunque no sea exactamente así. «Igual que las situaciones, no sucedieron cómo las he contado. Los habitantes de la casa atraviesan los años del fascismo y de la guerra y yo nací después, no viví todo eso de primera mano. El resultado es más bien como un sueño, en el sentido de que un sueño no es real pero sí es verdadero. En ese juego mágico se desarrolla la literatura».

Otro de los temas que anima el relato es nuestra relación con los objetos, de cómo libros, muebles y cuadros nos sobrevivirán y la incerteza de cómo será su destino cuando los que los hereden no los valoren en la misma medida.

¿Hay que aligerar ese pesado bagaje para las próximas generaciones o bien debemos aferrarnos a las emociones e historias depositadas en las cosas que nos gustan? «Yo creo que los objetos conservan la memoria, ahí están las comidas familiares de Navidad, las celebraciones de los cumpleaños. Que las cosas nos sobrevivan supone que algo no está perdido para siempre, que hay en ellas algo parecido a un alma».