En septiembre de 1930 Juan José Luis González Bernal (Zaragoza, 1908-París, 1939) regresó a Zaragoza desde París, adonde había viajado el año anterior en busca de nuevos horizontes más acordes con sus expectativas. Regresó para exponer sus obras en el Rincón de Goya, el edificio racionalista de Mercadal que seguía sin tener una función clara desde su inauguración en 1928. ¿Qué hacer con un edificio que desagradaba a la mayoría? Se optó por convertirlo en biblioteca, retomando así la idea que Eugenio d’Ors había planteado cuando lo visitó en obras, frente al rechazo de Mercadal. El Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón, que se hizo cargo del edificio, confirmó las solicitudes de Ramón Acín y González Bernal para exponer sus obras en las salas del Rincón de Goya, a pesar de no haber terminado de acondicionarlas y amueblarlas como se observa en las fotografías que se conservan de ambas exposiciones. Fueron las dos únicas exposiciones que dieron contenido al Rincón de Goya. La de Ramón Acín tuvo lugar del 25 de mayo al 11 de junio de 1930; la de González Bernal entre los días 1 al 12 de octubre de aquel mismo año. Después, nada.

Recién llegado de París, González Bernal recibió al periodista Fernando Castán Palomar que le entrevistó para el diario La Voz de Aragón (16 septiembre 1930). El encuentro pudo tener lugar en el domicilio familiar del artista, en la calle de Don Jaime, y no en el ático que muy pronto compartió con Manuel Corrales y Díaz-Caneja en la antigua plaza de Huesca, junto a la iglesia de San Juan de los Panetes. Sea donde fuere, lo importante en aquel momento para González Bernal era haber recuperado las obras que llevaban perdidas varios días en la frontera. Caía la tarde y las sombras invadían la habitación donde se apilaban pinturas, gouaches y dibujos, por lo que salir al balcón era la mejor manera de poder ver las obras. «Son mis sueños, dice. Y mis visiones de aquellos días de bohemia triste, en los que vivía la esperanza sobre todas las tristezas». La entrevista nos permite conocer la experiencia del artista en París, que fue especialmente dura en los primeros meses. «He pasado tres días y tres noches sin comer ni dormir; me lavaba la ropa en una fuente pública; me refugiaba, para conciliar el sueño, en las iglesias que tienen calefacción o en los coches del Metropolitano; pero yo siempre iba limpio, aseado, impoluto mi traje, brillantes mis zapatos; yo, exteriormente, no era un vagabundo». La seguridad en su proyecto le permitió resistir, perseverar; tercamente, sin dudas.

Gente que no habla de arte

Encontró la amistad de otros artistas y le ocurrió algo inexplicable: expuso y vendió algunos de los cuadros «que había pintado roído por el hambre y casi vencido por el sueño» que, junto a algunos encargos para realizar ilustraciones, le permitieron disponer de un lugar donde vivir y trabajar. «He pintado mucho, mucho; días enteros he pasado sin salir del estudio, trabajando afanosamente, jubilosamente, pensando en venir un día a Zaragoza para decir: aquí está el pintor González Bernal, que ha triunfado en París». Y sí, tenía la certeza de que sus obras no interesaban a casi nadie. «Lo que pasa en Zaragoza con los artistas no pasa en ninguna parte del mundo, es absurdo; y yo me rebelo contra ello, y planto mi exposición aquí, sea como sea». Vivir en Zaragoza no estaba en sus planes: «Aquí la gente no habla de arte; yo me tengo que estar recluido en casa, porque no sé dónde ir ni con quién hablar, se charla de dinero, de política, de toros, de tal o cual aventurilla estúpida y vulgar; de arte no oigo hablar a nadie. ¿Usted sabe de alguien a quien le interesen estas cosas?».

El 5 de octubre el periodista Narciso Hidalgo se citó con González Bernal en el Rincón de Goya, para escribir en La Voz de Aragón sobre la exposición. Pese a mostrarse interesado por algunos aspectos de eso que llamó vanguardismo, el crítico acaba confesando no entender nada de nada de la «vanguardia superlativa» del artista, que le aconseja: «Mire usted despacio. Para penetrar en mis cuadros tiene usted que abstraerse, olvidando el ambiente mezquino que nos rodea». Pero nada. Ni entiende ni le gustan las estridencias vanguardistas de González Bernal, cuyas pisadas autoritarias retumban en el entarimado del discutido recinto, mientras las suyas apenas se escuchan. Mejor cederle la palabra. González Bernal no lo puso fácil a los lectores a través del desconcertado Hidalgo, de quien se despidió dejando claro ser un extranjero en su tierra: «paso incomprendido por ella y torno a París».

Una heroicidad

Presentar en Zaragoza y en el Rincón de Goya obras de una tendencia «tan de vanguardia», era una auténtica heroicidad. Así lo consideró Zeuxis en la revista Aragón (noviembre, 1930), cuando la exposición ya había finalizado, haciéndose eco de los comentarios que había suscitado. En su opinión, lo moderno del arte de González Bernal no era una «pose», y aunque no supo cómo aproximarse a sus obras, le auguró un futuro prometedor no sin antes aconsejarle sobre el error de convertirse en víctima de influencias ajenas. Cuando se publicó su reseña ya había aparecido la de los Hermanos Albareda en El Noticiero (19 octubre), a quienes mencionamos por ser, desgraciadamente, los portavoces del sentir de la mayoría.

No perdieron la ocasión de recordar la proclama que Ramón Acín editó con motivo de su exposición, sin nombrarla. Exponer en el Rincón de Goya predisponía a ir en contra; toda una incongruencia, en su opinión, por parte de los artistas que decían querer mostrar sus obras en un lugar de tan complicado acceso. Siguieron con sus mofas de siempre al público selecto, a los intelectuales y al arte nuevo. Ese era el ambiente de la ciudad al que González Bernal quiso rebelarse exponiendo en el Rincón de Goya. Como meses antes lo había hecho Ramón Acín. Cuestión de principios.

En la que fue su primera exposición individual, González Bernal presentó 24 pinturas, 25 gouaches y 20 dibujos. Se editó un folleto con la relación de obras y la reproducción de la pintura Virgen. De Julián Vizcaíno, a quien González Bernal había conocido durante su estancia en Barcelona antes de viajar a París, son las fotografías del artista posando durante el montaje en el Rincón de Goya. Siempre atento a los lenguajes de vanguardia, las obras que presentó mostraban su particular visión de soluciones neocubistas que experimentó junto a otras propias de la figuración lírica, previas a su decidida introducción en la poética surreal. Según dijo, algunas de esas obras las había presentado ese mismo año en el Salon des Surindépendants en París, aunque la mayoría eran inéditas; y tan decidido estaba a exponerlas en Zaragoza que de no haberlo hecho en el Rincón de Goya las hubiera colgado en torno al Monumento de los Mártires, en la plaza de la Constitución. En 1932 González Bernal fijó su residencia en París donde murió en 1939.