De cara al año que viene, los responsables de la Mostra de Venecia deberían llamar a Guillermo del Toro. Porque seleccionar a directores mexicanos para inaugurar el certamen les funciona: quedó demostrado hace ahora justo 12 meses cuando Alfonso Cuarón presentó aquí Gravity entre aplausos y vítores, y se confirmó ayer con la aclamada presentación en sociedad de Birdman, la quinta película de Alejandro González Iñárritu. Cuarón ha llenado su vitrina de premios este año, y es imposible imaginarse Birdman, historia de un actor en horas bajas que invierte todo su dinero y toda su alma en un montaje teatral, ausente de los próximos Oscar. Es la mejor película de Iñárritu.

Sin duda, el logro más visible es de naturaleza técnica. Birdman es una sucesión de escenas rodadas sin cortes y montadas con el fin de generar la ilusión de que toda la película transcurre a lo largo de un plano de dos horas. Es una deslumbrante virguería, pero su intención no es solo epatar. Resulta esencial para demostrar que actuar en el cine es más fácil que hacerlo en teatro, donde no hay posibilidad de esconder interpretaciones mediocres con trucos de montaje.

Y eso es algo que sin duda incumbe a Riggan Thomas (Michael Keaton), cuya decisión de dar vida a un superhéroe llamado Birdman dos décadas atrás hizo que ni la crítica ni el público lo tomaran en serio durante el resto de su carrera. Para él, conquistar Broadway es un intento desesperado de obtener cierta dignidad. Pero la sombra del hombre-pájaro es muy alargada: el actor cree ver y oír al personaje dándole consejos o reprimiéndole, incluso cree ser capaz de mover objetos con la mente.

Cómo los personajes a menudo vampirizan a los actores que les dan vida es solo uno de los temas de la película. También habla de la diferencia entre la fama y el prestigio y de la dicotomía entre arte y comercio, y critica una cultura pop obsesionada con los hombres con capa y antifaz, la banalidad de las redes sociales, el oficio de la crítica y el gigante ego de los actores.

También es una película sobre los renaceres. En ese sentido, es inevitable establecer conexiones entre Riggan Thomas y Michael Keaton, que se hizo célebre dando vida a Batman y luego no fue capaz de encontrar un papel que lo mantuviera relevante. Para él, Birdman es sin duda un resurgir. Y uno está tentado de catalogarla de cambio de rumbo también para su director, una idea con la que él mismo parece coquetear (en los créditos ha sustituido su primer apellido por una simple G). Porque si Amores perros (2000), 21 gramos (2003), Babel (2006) y Biutiful (2010) eran manipuladores melodramas empeñados en darnos lecciones sobre la vida, Birdman está tan carente de sentimentalismo como llena de salvaje sentido del humor.