De la Guerra Civil española no sólo se están recuperando cadáveres enterrados en el campo y por las cunetas. También regresan niños de entonces que salieron de España sin entender qué pasaba e historias sencillas que adquieren dimensión universal. Este es el caso de la video-instalación plástica titulada Villar que la artista danesa Eva Coch, expone desde ayer en el Museo Pablo Serrano de Zaragoza.

En seis paneles interactivos otras tantas personas, miembros de una misma familia de Villar del Cobo relatan una historia que comienza en 1934, año en que Gregorio Martínez fallece en ese pueblo turolense, dejando a su esposa, Manuela, al cargo de cinco hijos. Poco después cae enferma y dos de sus hijos, Cristobalina y Ernesto (la tercera de tres años y el cuarto, de dos) son trasladados al orfanato de Teruel.

Cuando estalla la guerra civil se desaloja el orfanato y Cristobalina, la madre de Eva Koch, va a parar a un hospicio en Valencia donde una cooperante noruega se encariña con ella y consigue contactar con su tía. Esta, ignorando la suerte de la familia, firma los papeles de adopción. Cristobalina pasa a llamarse Cris y comienza una nueva vida en Noruega.

EL REENCUENTRO

Posteriormente, Cris se educa en Dinamarca donde se casa con un danés y se trasladan a vivir a las islas Féroe, un alejado archipiélago del mar Báltico. Allí, por azar, coincide con unos recién casados de Teruel en viaje de novios, que se ofrecen a investigar sobre su familia. En 1962 tiene lugar el reencuentro cuando Cris visita a su madre y a sus hermanos en Villar del Cobo.

Ahora, 38 años después, Eva Koch, aprovechando una beca como artista, regresa al pueblo que vió de niña con su madre y reúne de nuevo a su familia. En 1990 falleció Manuela, la madre de Cris, la abuela de Eva, pero queda el resto de los principales personajes (cuatro hermanos de Cris y la tía ya centenaria sobre la que en tiempos cayó injustamente el sambenito de que había vendido a la niña y logra explicar su versión).

En los testimonios personales, enmarcados con escenas de paisajes del entorno de Villar, de sus calles y sus costumbres como coser las mujeres en sillas en la calle, o el sacrificio de un cordero, van aflorando los sentimientos de dolor.

En medio de la maraña de recuerdos que no coinciden del todo, porque cada uno vivió los hechos infantiles desde diferentes edades y hasta lugares, destaca el relato de Cris (la más reticente a que su hija Eva realizara esta obra), que va explicando en danés, con subtítulos en español, cosas tan concretas como la carta que recibió de su madre, en plena II Guerra Mundial, con el membrete de la Cruz Roja y escrita bajo censura con el oficialismo de la época, que ella tuvo que guardar bajo tierra por miedo a los alemanes. Y en España, el miedo a reclamarla por si era reintegrada al hospicio.

La obra deviene poliédrica y demuestra que en el seno de una misma familia hay siempre varias versiones de una misma historia. La instalación, ya presentada en el museo de Copenhague, en el Centro Galego de Arte Contemporáneo y en el Museo de Teruel, invita al visitante a participar, poniendo en marcha él mismo cada una de las pantallas. Dice la autora que "en todas partes ha calado esta historia universal contra todas las guerras".