Son «cabezonas, rigurosas, persistentes, hábiles, meticulosas, luchadoras, inconformistas, saben buscarse la vida, no se amedrentan ante nada, tienen una fuerte convicción de querer romper moldes y son muy empáticas y especialmente cercanas a la gente». Ese sería el retrato robot, según la periodista Ana del Paso, de las 34 colegas a las que entrevistó durante tres años para Reporteras españolas, testigos de guerra (Debate), ensayo surgido de una tesis que reivindica y visibiliza a las mujeres, a menudo infravaloradas e ignoradas, que se han abierto paso a contracorriente en un mundo «visto y comandado por hombres» ejerciendo el oficio en zonas de conflicto.

El libro se remonta a las pioneras, que abrieron camino a finales del siglo XIX, y llega hasta las actuales tras reconocer a la generación de las que, con Rosa María Calaf, Carmen Sarmiento y Maruja Torres a la vanguardia, protagonizaron el resurgimiento en los 70 y 80 tras el retroceso que significó el franquismo para toda pretensión feminista.

Hoy la mayoría de ellas se consideran periodistas especializadas en internacional que cubren conflictos bélicos («solo tres se definen como corresponsales de guerra»). Y se saben deudoras de las pioneras «que superaron restricciones que les imponía su condición de mujeres en sociedades encorsetadas» y que «viajaron solas o con sus maridos, disfrazadas de hombres, usando seudónimos, que eran misioneras o enfermeras y aprovechaban su trabajo para hablar con soldados y gente del lugar y enviar cartas y crónicas explicando lo que veían».

ROMPER LOS MOLDES / Fue en el XIX cuando surgieron las primeras luchadoras por los derechos de la mujer. Rompieron moldes Emilia Pardo Bazán, Concepción Gimeno de Flaquer y Concepción Arenal (que estudió Derecho vestida de hombre burlando la prohibición y cubrió la tercera guerra carlista, escribiendo Cuadros de guerra con los testimonios que recabó de soldados y de sus mujeres y madres). Como ellas, apunta la autora, enseguida quebraron los estereotipos femeninos las primeras corresponsales de guerra: Carmen de Burgos, que usaba el seudónimo Colombine (1967-1932); María Teresa de Escoriaza, con el de Félix de Haro (1861-1968), y la enfermera y cronista Consuelo González Ramos (1877 - ?), que firmaba como Doñeva de Campos y Celsia Regis. Las tres cubrieron la guerra hispano-marroquí, dando fe de las atrocidades con testimonios directos de soldados y heridos y ganándose el respeto de sus compañeros masculinos. Colombine fue la primera mujer redactora del diario Abc y la protagonista de una conocida anécdota: cada vez que llegaba a la redacción de un periódico para entregar sus reportajes le preguntaban de parte de quién lo traía.

EN LA REVOLUCIÓN RUSA / Del Paso, profesora y periodista de la agencia Efe que trabajó de corresponsal en Oriente Próximo y cubrió conflictos en Centroamérica y la guerra del Golfo, destaca como cronistas de la primera guerra mundial a Sofía Casanova (1862-1958), único testigo directo de la prensa española en la Revolución rusa, en 1917, que un año después fue la primera periodista extranjera en entrevistar a León Trotski y estuvo en la ocupación nazi de Varsovia. La guerra civil también contó, en las filas republicanas, con las hermanas Margarita y Carmen Eva Nelken y Cecilia G. de Guilarte, que cubrió los frentes de Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y Asturias. Sin embargo, con la llegada del franquismo «perdimos todo lo ganado», confirma Del Paso.

Fue con la guerra de Vietnam, en los 60, cuando Carmen Sarmiento, reportera de TVE, pidió a su jefe cubrir el conflicto y obtuvo esta respuesta: «¿Cómo vamos a enviar a una mujer a la guerra del Vietnam?». Y aún hoy, a menudo, apunta la autora, «lo que en un hombre se ve como valentía, en una mujer es insensatez y locura». En los 80 la tele pública y la agencia Efe fueron medios pioneros en enviar a mujeres a conflictos armados. Junto a las citadas Calaf, Torres y Sarmiento, surgieron otros pilares de la profesión como Ángela Rodicio, Carmen Postigo y Georgina Higueras.

EL MIEDO NO SABE DE GÉNEROS / Ellas y las que las siguieron demostraron, señala la autora, que «la guerra no es solo cosa de hombres». Pero añade: «El miedo no sabe de géneros. Hay que estar preparado para exponerse a un conflicto armado, es un territorio hostil, hay agresividad, se lucha por la supervivencia». Y, cita a Calaf: «La violación y el embarazo forzoso son tácticas de guerra. Las mujeres que vamos a esos países convivimos por obligación con esa amenaza. Nosotras vamos porque queremos y podemos volvernos a casa en cualquier momento. Si sufrimos esas vejaciones físicas y psíquicas, tenemos que recordar que son gajes del oficio». Y porque en este oficio, apunta Del Paso, «nuestra obligación es contar las cosas que ves y oyes, denunciar lo que ocurre, las injusticias, y desmentir los bulos, porque en las guerras la primera baja es la verdad». Como añade en el libro Beatriz Mesa, colaboradora de EL PERIÓDICO y especialista en el Norte de África, «no consiste en querer cubrir conflictos armados, sino en deber».

Recogiendo un ADN común que se remonta a las pioneras, las informaciones hechas por las reporteras españolas destilan «más empatía y sensibilidad» hacia las historias humanas. Como testimonia Ana Alba, corresponsal de este diario en Oriente Próximo, que cubrió la guerra de Kosovo y la del Golfo, les mueve «el deseo de informar sobre gentes de otros lugares, el sufrimiento que causan las guerras, el hambre, la colonización, la injusticia de muchos pueblos y comunidades».