Título: ‘LA RAMA QUE NO EXISTE’

Autor: Gustavo Martín Garzo

Editorial: Destino

Las novelas de Gustavo Martín Garzo tienen un aire inconfundible. Desde aquella maravillosa, El lenguaje de las fuentes, que a muchos nos deslumbró e inquietó, pues el tratamiento de las figuras religiosas, la Virgen y sus ángeles, en especial, resultaba desasosegante, le hemos seguido con fidelidad.

Hasta hoy mismo, que regresa a las librerías con La rama que no existe (Destino), su última, muy sugerente e igualmente inclasificable novela.

En La rama que no existe, Martín Garzo nos invita a sumergirnos en el mundo de media docena de personajes ambientados en pueblecitos de la cornisa Cantábrica que él conoce bien.

En esa costa, la de Comillas, con San Vicente de la Barquera, Trasvía o Río Turbio al fondo, con sus playas, sus aves, sus rías y lugares de ocio, el escritor radica a un pintor, hijo de María Blanchard y en parte heredero de su manera de concebir la pintura como un elemento de interpretación de la realidad cruda, pero sin excluir el dolor, lo mágico o lo monstruoso como puertas hacia lo desconocido, tal vez hacia lo trascendental, con seguridad hacia lo literario.

Blanchard, el pintor, atraviesa una crisis de creatividad que se resolverá a través de su relación amorosa con una joven profesora destinada en la zona. Sus citas, sus paseos por la playa, sus cervezas en El Pájaro Amarillo (un restaurante de Oyambre que suelo frecuentar, y en el que no es nada raro que me encuentre al propio Martín Garzo), sus cafés con leche en la cafetería Los Castaños de Comillas (asimismo favorita del autor), irán tejiendo una bella historia de amor con algunos interrogantes al fondo y, poco a poco, a medida que conocemos mejor a sus protagonistas, viéndolos trazados menos con sólidos cimientos que sobre aguas tan cenagosas como esas rías por cuyas orillas pasean haciéndose confidencias mientras el viento noroeste arrecia y las rapaces dejan caer cangrejos contra las piedras para romperles las valvas.

En esa zona de claroscuros, donde el amor y el dolor se funden en actos incomprensibles, en lo desconocido y la muerte es donde la pluma de Martín Garzo vuela con mayor altura. Es un terreno ése, un éter, el de lo injustificable, en el que su imaginación se siente cómoda porque puede lanzarse a tumba abierta en busca de explicaciones que son más plausibles en el universo del arte que en la realidad. Teniendo ésta última en La rama que no existe un peso existencial mucho mayor que en el de otras creaciones de Martín Garzo.

Del mismo modo que María Blanchard fue una artista real, iluminada por el genio, pero también por la angustia, el escritor se inspira en figuras hiperrealistas para presentarnos unos personajes que acabará sumergiendo en las aguas negras de la laguna de Oyambre, como duendes de una saga exenta de aceptar miserias y caducidades humanas.

Un Garzo engañosamente realista, dueño de un registro único, a quien pronto volveré a sorprender mirando pensativamente el mar desde la terraza de El Pájaro Amarillo, con su mujer, su perro y sus fantasmas.