Descubrí al autor Juan Laborda por casualidad, como a veces ocurren las mejores cosas. Parte de culpa la tuvo la actriz Linda Darnell, para la que le escribió un papel en su novela anterior. Su nuevo libro acaba de encontrar su sitio en las librerías, y en este caso no hay exhuberancia de cine negro. Paraíso imperfecto, editada por Alrevés, es una historia diferente, donde no hay protagonistas, puesto que todos se asoman al papel con la misma fuerza y se retiran de él con idéntica firmeza. Sí, personajes fuertes que dan paso a personajes fuertes, como si de construir el futuro se tratara. Y es lo que intentan a través de la unión, del afán por mantener lo que vale la pena en su entorno más cercano. O más bien, de convertir en coral lo que habitualmente descansa sobre los hombros del héroe o la heroína.

La acción transcurre en una pedanía del litoral mediterráneo. Podría ser un lugar tranquilo, donde el jaleo turístico ha dado paso a una calma soñada. Y a pesar de todo lo que ocurre, yo sigo encontrando esa especie de tensión sorda que planea sobre el cielo de la localidad y que parece a punto de estallar. Todos callan a pesar de que actúen, de que interaccionen o de que formen parte de asambleas con las que terminar con la corrupción que les consume. Incluso sacan adelante el proyecto de crear un periódico con el que denunciar el abuso de poder del que son víctimas. Lo político, lo económico, lo social y lo emocional está presente en sus inquietudes, en sus diálogos, en sus miedos. Pero hay algo más: una extraña muerte que da comienzo a la trama. Lo que podía parecer un accidente puede parecer también que no lo sea. Y esa inicial incertidumbre es otra presencia constante en estos habitantes del paraíso.

Juan Laborda va a ser un autor de largo recorrido. Sabe lo que escribe y cómo lo escribe, dibujando esperanzas y construyendo miradas, acercamientos, revoluciones. Es un auténtico artesano de la palabra en algo tan complicado como narrar un ambiente, crear un clima, sentir que un paisaje existe y que tiene nombre, justamente lo que esta novela transmite. Los personajes son tenaces en sus propósitos, aunque yo insisto en que valen más por lo que ocultan que por lo que muestran, en absoluto almas cándidas a las que se reconoce a la primera de cambio. La ambigüedad los delata. Y la potencia del entorno los complementa a la perfección. O quizás son ellos los que complementan al entorno. Da igual, sabido es que la suma de las partes forma un todo que en este caso nos mantiene alertas. Sentir que los lectores estamos dentro de una historia solo puede conllevar finalmente a que la historia esté dentro de nosotros.

Y no puedo terminar sin aludir a sus maravillosas referencias cinematográficas. Cuando pienso que esta obra tiene mucho de spaguetti western o de duelos cara a cara temiendo no ser el más rápido, sé que me quedo corto. Está todo eso y mucho más, como el homenaje a nuestra querida diosa del cine mudo que regresó a la gran pantalla envuelta en tintes de locura, o la iniciativa de dar vida a un cineclub que añade magia a este territorio tan lleno de rincones misteriosos y belleza tardía, donde incluso se asoma Ernst Lubitsch, el gran director clásico creador del toque que lleva su nombre, y con el que Juan Laborda, que también cuenta con un toque muy suyo del que algún día nos habrá de contar el secreto, narra una anécdota más que nos anima a sonreír advirtiendo de nuevo esa humanidad que aflora en cada uno de sus trabajos.