Creo que a mí durante el confinamiento me sucedió una cosa extraña si me atengo a las conversaciones que he tenido a posteriori con compañeros y, desde luego, si tomo como referencia los estudios que posteriormente se han publicado. Yo, durante el confinamiento duro, los casi dos meses que estuvimos encerrados en casa, fui incapaz de leer de manera frecuente. Me sucedía mucho que abría un libro y no era capaz de mantener la concentración en él. Al principio, pensaba que quizá estaba siendo muy ambicioso en las lecturas elegidas pero la realidad es que mi mente no estaba por la labor. Con el tiempo, he entendido, o a esa conclusión había creído llegar, que tenía demasiado ruido a mi alrededor, más del que mi cerebro era capaz de procesar. Bonita contradicción, tener mucho ruido alrededor cuando pasé casi dos meses en poco más de 40 metros cuadrados.

Cuento esta anécdota porque, en realidad, yo siempre he creído y sigo creyendo en lo contrario, en que contra el ruido implantado ahora en la sociedad (y no solo me refiero al político), la única manera de combatirlo (o una de las más eficaces) es con la lectura así que lo que me sucedió en el confinamiento lo sigo dejando en el plano de la incógnita (una más).

Este domingo se celebra el Día de la poesía. Un género que aprendí a valorar desde muy joven (con poetas nada ambiciosos, es lo que tiene la juventud) y del que, aunque me quise separar por un extraño sentido del decoro que no soy capaz de explicarme ni a mí mismo, me alegro de no haberme conseguido distanciar. He pasado muchos ratos con Ángel González, con Wislawa Szymborska, con Antonio Machado y con Blas de Otero, por citar solo algunos que no deben resultar ninguna sorpresa para casi nadie.

A menudo, sin embargo, me da por desechar esa idea que siempre me ha parecido cursi de que la poesía es como la vida. Quizá habría que darle la vuelta a la frase. Sería mucho más divertido si la vida fuera como la poesía, si nos moviéramos al ritmo que marcarán la cadencia de nuestras palabras o si simplemente no pudiéramos acabar nuestras frases porque nos excedíamos de las sílabas. Cuando pienso en esta chorrada e intento aterrizar en la realidad, me doy cuenta de que estamos en un mundo que vive al revés. En una sociedad en la que está bien llenarse la boca diciendo que la cultura es esencial y necesaria y, al mismo tiempo, no se hace nada por cuidarla mínimamente en condiciones. Y aún así, la cultura siempre reluce y ofrece mucho más de lo que se le da.

Estamos en medio de una pandemia mundial y en Zaragoza, por centrarnos en la capital de Aragón, tenemos cinco teatros con programación todas las semanas (Principal, Mercado, Esquinas, Arbolé y Estación y seis si incluimos al Teatro Bicho), tenemos festivales de música que se han seguido celebrando a pesar de todo (ahí está el incombustible Bombo y platillo o el ciclo De la raíz que vuelve este año con más fuerza), un Auditorio que lo hemos reconvertido como la casa de la música también actual, galerías, museos y salas de exposiciones que también continúan abiertas, librerías que siguen organizando actos culturales, músicos callejero... La pandemia ha detenido el mundo y no sabemos hasta dónde van a llegar los cambios que han de venir pero, una vez más, la Cultura (sí, con mayúsculas) va un paso por delante de casi todo. Por eso, me gusta pensar que lo que para algunos es la vida al revés, para muchos es la única manera de sobrevivir... aunque durante el confinamiento tampoco fuera capaz de leer poesía. Así es la vida.