Emulando a su abuela, que guarda una baraja de cartas del tarot como recuerdo de sus tiempos brujos, Michael Chabon cuenta historias como quien, por azar, escoge tres arcanos y perfila una trama, dibuja unos personajes, imagina un destino común. Es la aleatoriedad de la memoria jugando a dados con el universo, ordenado, es un decir, por las estrategias de sorpresa y suspense de la ficción. No sabremos cuánto de real y cuánto de invención hay en el relato del abuelo de Chabon en su lecho de muerte, porque los filtros del escritor han moldeado su biografía a su antojo.

Entendemos la inicial prevención del traductor Javier Calvo ante Moonglow por lo que, a priori, parece la enésima reformulación del angst de la ficción biográfica, como si, a estas alturas, aún creyéramos que la realidad no es una cuestión superada por la literatura, como si ese debate aún tuviera sentido después de Philip Roth o Vladímir Nabokov o etcétera. Afortunadamente, solo se trata de una excusa formal, que favorece el valor asociativo de la memoria, su potencial arbitrario y caprichoso, que enlaza historias como quien juega a las palabras encadenadas, y que le permite a Chabon columpiarse en el parque que más le gusta visitar: el de la historia colectiva devorada por la historia íntima.

Así las cosas, con el espíritu torrencial de Las asombrosas aventuras de Kavalier y Klay y El sindicato de la policía Yiddish, la novela se abre como una constelación de recuerdos que reúne anécdotas, cuentos y motivos, con un infinito dramatis personae que siempre encuentra su singularización en el relato coral, un mashup de géneros que, gracias al irrefrenable impulso de narrar de Chabon, a su prosa clara y precisa, nunca se pisan ni se maltratan, forman parte de una misma y generosa necesidad de compartir.

De este modo, las memorias del abuelo moribundo emprenden un viaje vertical, desde lo más profundo del infierno hasta lo más inalcanzable del cielo, ambos extremos unidos por una figura histórica, el ingeniero nazi Wernher von Braun, que sirve como bisagra diabólica entre el cosmos y el subsuelo. Moonglow es, también, una historia de amor que ha librado sus batallas en las montañas de la locura: la que ha unido a un hombre pragmático con una misión justiciera y a una mujer que un día se creyó «bruja de la noche», y que alucinaba con la perturbadora imagen de un caballo sin piel.

MOMENTO CONMOVEDOR

Hay un momento especialmente conmovedor en esta portentosa novela. La madre de Chabon, cuya falta de apego al pasado «era un hábito inquebrantable de pérdida», quiere enseñarle a su hijo un álbum de fotos de la abuela. A Chabon le resulta un gesto extraño, sobre todo cuando percibe la sincera tristeza de su madre al darse cuenta de que faltan cuatro fotos, las únicas que se conocían de la vida de su abuela antes de la guerra. Ante ese vacío, Chabon impele a su madre a que las describa. Toda la memoria de un mundo emotivo se vierte en esas descripciones, como si la novela estuviera encapsulada en esos agujeros negros que la imaginación asocia con una imagen fija de la realidad, y cuya evocación solo conoce el lugar sin límites del lenguaje.

‘MOONGLOW’

Michael Chabon

Editorial Harper

538 páginas