Hubo antaño un tal Miguel de Cervantes que cogió una pluma de ave, un tintero y un mazo de folios, se puso a escribir una palabra detrás de otra y utilizando un lenguaje sencillo y llano nos obsequió con una obrilla en la que narraba lo que le ocurría a un hidalgo llamado don Quijote, desfacedor de entuertos, embestidor de molinos, y enamorado a ultranza. Don Miguel, que no era manco escribiendo, tenía muy clarito lo que quería contarnos, así que echó por la calle de en medio y sin barroquismos, rodeos ni mareos de perdiz, nos deleitó con las fazañas del manchego y chuleó un ¡ahí queda eso!

Pero el bueno del alcalaíno, que consiguió llevar por el recto sendero de la escritura directa a tantos escritores, no contaba con los políticos de los siglos venideros. A muchos de estos no hay desfacedor que los desfaga. Un político como Dios manda no se encuentra satisfecho si no toma el camino más largo y farragoso, empedrado, además, con expresiones que, henchidas de pedantería, dejan a nuestro castellano hecho trizas. Entre las muchas joyas que en pocos días han pasado a formar parte de la inagotable colección, podemos elegir este trío, digno de figurar en primera línea. Veamos: La flamante ministra de la Vivienda, sin cortarse un pelo, se nos descuelga afirmando que tiene miles de soluciones habitacionales, ¿pasa algo? Ante tal reto lingüístico, nuestro querido alcalde, que no quiere dejarse mojar la oreja por nadie, aprovecha su escrito a los oscenses ante la metedura de cuerpo entero por aquello de nombrar arrabal de Cesaraugusta a la victrix Osca. ¿Y cómo lo hace? Pues con una frase elegante, culta y fonéticamente armoniosa: La gran diferencia poblacional entre Huesca y Zaragoza crea una tensión gravitacional. Ya le había precedido su concejal de Hacienda con la afirmación de que para construir hospitales no hay nada como la fórmula neoconcesional.

Se ve que ser político y la obligación de emplear palabras altisonantes y terminadas en al es todo uno. En mi afán de ayudar a la clase política a seguir con palabras así terminadas, les ofrezco una más: mingitorial, ya que el lenguaje que emplean, tan alejado del usado por el pueblo que les vota, es para mearse, con perdón.